Cultura del malestar más que malestar en la cultura

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Por Susana Taszma

Buscando una definición de crisis, estas aparecen como: situación inesperada que provoca cambios radicales. A mí me gusta más la opción de verla como un escenario de oportunidades.

Más allá de las utilizaciones individuales o grupales, cuando penetramos en los grandes procesos sociales, podemos distinguir crisis breves o de largas décadas, y también podemos distinguir las crisis profundas, que afectan seriamente una estructura, o las de débil intensidad, con causas endógenas o exógenas.

Se podría definir a la crisis como una perturbación importante del sistema social que podría poner en peligro su propia existencia en algunos casos y en otros, recomponerse, es decir, desechar componentes nocivos o incorporar innovaciones que permitan crecer. En el primer caso, hablaríamos de decadencia y en el segundo de crisis de crecimiento. En la base de estas opciones está el fondo cultural que predispone hacia un comportamiento u otro. La cultura entendida como evolución dinámica que incluiría espacios de creatividad o de revoluciones y espacios de rigidez o de conservadorismo.

Muchas veces se confunden las crisis con los cambios sociales, se habla de crisis de la familia, pero, ¿es esto así?, ¿o se han dado una serie de cambios en las estructuras sociales que devienen en cambios dentro de la estructura de la familia y del sujeto?

Las sociedades complejas se caracterizan por una multiplicidad de estructuras sociales que la diversifican. Por ejemplo, ¿podría ser una crisis económica que desencadena una crisis social o familiar y entonces, que ocurre con los lazos sociales? Y que, si las redes que tejen estos entramados sociales comienzan a agujerearse. Tendríamos que pensar si estos cambios o crisis agudizan los aspectos perversos del capitalismo (desigualdad social y territorial). A cada época histórica social le corresponde una subjetividad.

Zigmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco, acuña el concepto de fluidez contraponiéndolo al de permanencia o estático, y dice: “Vivimos en tiempos donde la única certeza que tenemos es la incertidumbre.”

Entonces, volviendo la mirada hacia el psicoanálisis, tenemos que volver a pensar los paradigmas a la luz de la evolución de la sociedad.

Volver a repensar términos como la noción de familia, de triangulación edípica, función materna, función paterna. No verlas como categorías congeladas e inmóviles, sino en su advenir, evolucionando a partir de cambios sociales, económicos, culturales.

Tomando el término de sociedades complejas, de las que habla Edgar Morin, estaría en el orden de mantener la tensión en la diversidad de las teorías, dejando entrar conceptos que provengan del arte, de la historia, la neurolinguística, producciones culturales, etc. Trabajar en el ENTRE, entre las disciplinas, viendo su articulación, oponer pensamiento complejo vs pensamiento binario.

Tomando a la familia como producción de sentido cultural y el atravesamiento que ha sufrido con los diferentes modos de paternidad, diversidades sexuales, cuestiones de género, distintos tipos de filiación (fertilización asistida, alquiler de vientres, etc.). Hasta hace pocos años, la homosexualidad estaba calificada como enfermedad para la DSM4 y a partir de 1974 ha terminado siendo reconocida como una sexualidad entre otras. Historizando: en Grecia, era concebida como forma suprema del amor. El cristianismo la vió como un vicio satánico y en el siglo XIX era concebida como una degeneración por el saber psiquiátrico.

El psicoanálisis abandonó la práctica normalizadora en beneficio de una clínica del deseo, delimitando la situación perversa, a una ausencia de partenaire humano y consensuado.

A la luz de estas consideraciones, tendríamos que preguntarnos acerca de la determinación del Edipo, donde se modifican los lugares paterno filiales como ejes de la constitución subjetiva y social.

En estos nuevos paradigmas que van apareciendo, se sostendrá la idea de multiplicidad, donde la idea de familia nuclear y tradicional va tomando otro sesgo (familias ensambladas, homoparentalidades, etc). Es decir, esta representación de la familia tradicional fue dando lugar a una diversidad de configuraciones que determinan la transformación de las significaciones adjudicadas a los lugares paterno, materno, filial, etc.

Uniendo lo que vengo proponiendo a la escolaridad, diría que han quedado destituidas las instituciones que producían subjetividades en la modernidad y que ahora, ni la familia se constituye en un ambiente facilitador ni la escuela socializa a través del conocimiento. Aquí tendríamos que incluir algunos conceptos básicos: el chico como consumidor, el bulling, la medicalización excesiva frente a la curiosidad e hiperactividad, la cibernética modificando modos de comunicación, etc.

El ideal del Yo que antes convocaba cede su lugar al Yo ideal, con sus urgencias y la caída de los ideales. Los padres no cuentan con representaciones de parentalidad que lo sostengan de modo consistente y los maestros ven cuestionados sus lugares ante chicos que desconocen su autoridad y padres que también lo hacen.

La mediatización real y lúdica de la violencia, la pérdida de investidura de la palabra de los padres y maestros, perdidas de reglas que normalizaban los lazos sociales, la presión exitista, la transformación de lo íntimo a lo público, todo esto establece miserias cotidianas. Entonces, la denigración adquiere un carácter humillante (TV, lenguaje adolescente, drogadicción, etc.)

Hace tiempo que la escuela se ha convertido en un escenario que traslada conflictos familiares al ámbito mas público. Los padres tan desorientados y a la vez tan desautorizados (caída de la ley del padre). La falla de puesta de límites, lo que se puede y lo que no. El primado de las pulsiones y el excesivo autoritarismo superyoico es el efecto de la falla progresiva de la operación paterna nominante y el desfallecimiento de su autoridad. El no se autoriza y tampoco lo hace el discurso social (Un superyó que ordena gozar).

El bulling, cualquier forma de maltrato verbal o físico producida en forma reiterada con el objeto de intimidar, reducir, someter o amedrentar y consumir mental o físicamente a la víctima para obtener un resultado para quienes satisfacen una necesidad de dominar, someter y destruir a los demás. Tendría que hablar aquí del concepto de alteridad, el Otro que me interpela como sujeto. Y el uso de la palabra tolerancia, que no me gusta nada ¿quién soy yo para tolerar? ¿En qué lugar de poseedor de la verdad me ubico?

Abuso de poder, discriminación, segregación, son patrimonio de las calles, las canchas de fútbol, de quienes gobiernan, de la ciudadanía en general, etc.

Entonces, la violencia en la escuela es la puesta en escena, manifestación en acto de la violencia social que experimentamos todos como comunidad. Como sociedad estamos atravesados por una indiferencia que aparece como una acostumbrada resignación que adopta las peculiares características del malestar de nuestra época. CULTURA DEL MALESTAR MAS QUE MALESTAR EN LA CULTURA (Concepto trabajado junto al Dr. Fernando Ulloa)

Esto lo testimonia nuestra clínica cotidiana, donde el déficit subjetivo de la inscripción límite, lleva a un todo vale.

Existe una estructura psíquica que reclama que la ley se inscriba y cuando esto no ocurre, nos encontramos con la ausencia de conductas éticas.

Entonces, voy a puntear cuestiones, porque se habrán dado cuenta que no vengo a ofrecer nada acabado, sino a seguir sosteniendo preguntas. Alguna vez escuché decir, “cuando tenía todas las respuestas me cambiaron las preguntas”. Tenemos que sostener el cuestionamiento.

Lo que vemos en los consultorios son los efectos que producen estos cambios sociales y políticos. Entonces:

1) ¿Cambio cultural implica cambio psíquico?

2) ¿Qué pasa con la fragmentación social y sus efectos en el aparato psíquico?

3) ¿La tecnología modifica lo natural? ¿Qué efectos produce en los sujetos?

4) La obscenidad de la imagen, en tanto todo se muestra y no hay velamiento posible, ¿es una muestra de perversión?

5) ¿Cómo se presentan las nuevas adicciones? (conectividad y virtualidad)

6) ¿Cómo vemos el hiperconsumismo, desde el placer o como goce?, aquello que siempre intenta obturar la falta.

7) ¿Hay nuevas patologías o distintos ropajes de las mismas?

8) Ha variado la técnica, frecuencia de sesiones, uso del diván, etc. ¿Cómo tomamos las variables del setting, transferencias, etc.?

9) ¿Tenemos que hablar de crisis o de cambios de paradigmas?

Para finalizar, quiero decirles que concibo al psicoanálisis como un advenir constante. ¿Acaso el sujeto es algo congelado? Entonces, hablo de un psicoanálisis que siga adviniendo. ¿De qué modo?, haciéndolo trabajar en forma permanente. Los que nos han precedido también confrontaron con cambios paradigmáticos en lo social, cultural y lo político. El siglo XX tuvo dos guerras, en una de ellas aconteció la Shoá. Infinidad de pequeñas guerras y varios genocidios como quizás no lo tuvo otro y es en ese siglo pasado donde nace y se desarrolla el psicoanálisis.

Entonces, ante esta cultura del vértigo, la eficacia, el vacío y lo efímero, estamos en estado de perplejidad, porque nos vemos frente a un sujeto capturado por esta virtualidad. La vocación subversiva de nuestro quehacer, revelará aquello que siga siendo posible de develarse.

Acerca de la autora. Psicoanalista, miembro de la A.P.A. Fue Secretaria académica de la Asociación Escuela de Psicoterapia para graduados. Fue Directora del Proyecto Leatid para voluntarios y profesionales de comunidades europeas y asesora del Proyecto Yok (Joint).

Publicado en Davar, Revista Literaria de la Sociedad Hebraica Argentina, N° 130, Noviembre de 2015.

 

Mica Hersztenkraut

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