El último Seder de Pesaj en el Ghetto de Varsovia
La rebelión del ghetto de Varsovia estalló el 19 de abril de 1943 cuando unidades motorizadas y unidades terrestres
del ejército alemán trataron de penetrar por los portones de las calles Guensha y Zamenhof.
Ese mismo día era la víspera de Pesaj, y por la noche se tenía que celebrar el Seder.
En el ghetto quedaban aún alrededor de 50.000 judíos. Durante ese día, la gente se escondía en todo refugio posible,
en cloacas, en sótanos y boardillas, dentro de paredes dobles. Sólo por la noche, cuando los alemanes temían entrar
al ghetto, salía la gente para respirar un poco de aire y aprovisionarse de víveres.
Era la noche del Seder, en el ghetto semidestruido…
En la calle Koya, se encontraba la casa del gran rabino de Varsovia.
En el pasado, la misma calle se llamaba "Maisels" en nombre del rabino que luchó en la rebelión polaca del año 1863,
en la que por 1943 vivía el rabino Isaac Zemba, erudito de estudios religiosos y de la Torá.
En el altillo se encontraba uno de los puestos estratégicos de «La Organización Judía Combatiente»
Tuvia Buzikowski, uno de los jóvenes dirigentes, relató lo siguiente:
“Al atardecer, salí del puesto de combate, y bajé a uno de los pisos bajos del edificio, para conseguir una linterna
eléctrica para nuestros jóvenes combatientes.
Sin darme cuenta, me encontré en casa del Rabino Zemba y sólo al entrar me acordé que era la víspera de Pesaj.
En el departamento del Rabino había un desorden indescriptible, las sillas tiradas, los vidrios rotos, objetos por
doquier, durante el día la familia sentada en el refugio, y en la habitación todo revuelto.
Sólo la mesa del Seder, en el centro de la habitación, se veía festiva y organizada para celebrar la noche de Pesaj en
memoria de la salida de Egipto de la esclavitud a la libertad.
Una escena extraña entre el caos que reinaba alrededor. Por las ventanas, se infiltraban las ráfagas de fuego, del
ghetto ardiente, las ráfagas iluminaban de manera sorprendente a los comensales que festejaban alrededor de la
mesa.
Cuando llegó el Rabino al párrafo de la Hagadá: “descargarás tu furia hacia los pueblos que te persiguen”, la
familia en pleno se echó a llorar.
Los vasos de vino y el vino rojo dentro cobraban el sabor de la sangre que se estaba derramando. Explosiones y tiros
por doquier. Yo, sin poder parar mis lágrimas, pensé en lo inaudito de toda aquella escena y en la necesidad espiritual
de continuar la celebración a pesar de las intenciones del enemigo, y a pesar de que la muerte estuviera tan cerca. El
Rabino siguió leyendo la Hagadá, agobiado por sus propias emoción y lágrimas, pero con la convicción de cumplir con
el sagrado ritual aunque sean sus últimas horas de vida. Al terminar la lectura, me preguntó: cuéntame Tuvia, ¿cómo
están los javerim? ¿cómo se organizaron? ¿por dónde entraron los alemanes hoy? ¿hay suficientes armas? Cuéntame
todo, Tuvia, ¡no me ocultes nada! Después de desearme fuerza y coraje, el Rabino envió una bendición para todos los
combatientes, y algunos paquetes de matzot para celebrar Pesaj en los diversos puntos de combate.
Cuando salí de la casa del Rabino, y subí nuevamente a la posición donde se encontraban mis javerim, me sentí
rodeado del calor de mis amigos, mis compañeros de idea y de lucha, los que me inspiraban para continuar en aquella
contienda por tres párrafos de heroísmo en la historia de nuestro pueblo.”