Es un acontecimiento para nuestra biblioteca haber recibido el archivo personal de Bernardo Ezequiel Koremblit para su resguardo. El archivo consta fundamentalmente de manuscritos, apuntes de sus conferencias, charlas, programas de radio, sus notas en periódicos, correspondencia, etc.
Habiendo sido la Sociedad Hebraica su casa, no podemos menos que recordar que Bernardo Ezequiel Koremblit ha sido desde 1961 y en el transcurso de tres décadas, director del Dpto. de Cultura de nuestra institución, instalándola como uno de los principales faros de la cultura argentina de aquellos años.
Simultáneamente fue director de la revista literaria Davar publicada por la Hebraica. Una publicación que marcó el panorama literario argentino, secundando a la reconocida revista Sur de Victoria Ocampo. A partir de Davar se gestó la profunda relación que Koremblit tuvo con Borges, quien trabajó en su despacho de Hebraica por más de un año después de dejar su cargo de Director de la Biblioteca Nacional.
Uno de los aspectos más admirables de Koremblit fue, por un lado un fuerte compromiso con su ser judío, profundo conocedor de las fuentes y de la historia judía, y por otro lado y al mismo tiempo, una extraordinaria capacidad para trascender lo institucional y lo comunitario, asumiendo un serio compromiso como intelectual argentino.
Estuvo relacionado, desde sus inicios en el diario Crítica, con ilustres escritores, filósofos, académicos. Fue director de cultura de la Biblioteca Nacional y miembro fundador de la Academia Nacional de Periodismo, donde ocupó el sillón de Alberto Gerchunoff. En 2007 fue distinguido por la Legislatura como Ciudadano ilustre de la ciudad a manera de contribución “por sus años de escritor, de dirigente cultural, de comunicador, de pensador excepcional y de conversador exquisito” en palabras del diputado que promovió el proyecto. En 2008 fue nombrado Socio Honorario de la SHA.
Amante de las paradojas, de las ironías, de los juegos del lenguaje y dueño de un ilustrado castellano, en 2009 la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) lo distinguió con el Gran Premio de Honor que habían obtenido Jorge Luis Borges, Ricardo Rojas y Eduardo Mallea.
Estamos ante un humanista que ha recorrido las tierras intelectuales de la estética, la ética, la filosofía, la literatura y la tradición judía, sembrando a cada paso la potencia de un pensamiento agudo y creador y de un filoso sentido del humor.
Sus escritos y sus discursos dejan siempre una enseñanza, prodigan una filiación etimológica o literaria, pero fundamentalmente poseen un gran espesor filosófico.
A modo de homenaje, compartimos un breve texto que escribió en 1975.
El escritor visto por él mismo
“Soy un escritor a quien le interesa una sola cosa: Todo. Sé que la vida es corta, la literatura y el arte, largos, los caminos difíciles, la experiencia engañosa. Y fundamentalmente, que la experiencia no es la suma de nuestros conocimientos sino la de nuestras desilusiones. El escritor que ahora habla y se mira a sí mismo descubre que muchas gotas de sus sollozos han caído en el vaso lacrimatorio de tantos arrepentimientos, aunque, en compensación, puede ser jocundo y feliz y llorar, pero de alegría, por los esfuerzos realizados – libros, artículos, sesiones de hipnosis (quiero decir conferencias), rectangulares Mesas Redondas, etcétera – a favor de una literatura vacunada contra la superficialidad, inmunizada contra la insubstancialidad, pasteurizada contra el lugar común (¡maldito sea!), conjugadora de la ética y la estética, la oposición a la literatura comprometida en aras del compromiso con la literatura, todo sin cambiar de corbata, y en suma, un escritor juramentado que, en tanto Shakespeare, Dostoievski, Proust, Joyce, Macedonio Fernández y Nuestro señor Baudelaire estén vivos, no abdicará jamás, ni hebreo ni dormido, de esa literatura que es esencia y existencia del escritor, y cuando digo escritor no lo digo en el sentido en que a algunos se los suele llamar escritores, pero por una de esas deficiencias del idioma (como cuando decimos sobriedad por mal comido y virtud por anafrodisia). Esta situación y esta condición son las que veo en mí mismo, y en cuanto a los resultados de ese propósito por el cual he jurado y sigo jurando con palabras que caen como espesas gotas de lacre sobre mi conciencia, sólo puedo decir que me abstengo de opinar, y que mi oración diaria y horaria es ésta: Señor, júzgame según tu bondad e indulgencia y no según mis merecimientos. Lo mismo le digo a la crítica y a los redactores de notas bibliográficas. Pues un escritor es un hombre como todos los demás, un hombre como todo el mundo, aunque a veces suele ser peor, y yo, visto por mí mismo, tengo la sensación – podría decir la certidumbre, pero hoy estoy un tanto pusilánime, además de mi proverbial y constitucional modestia – que quizás sea un poco mejor que los demás: por lo menos nunca he dicho ni escrito pienso de que, bueno, la verdad…, celos infundados, Córdoba la docta, morena ardiente, y complementariamente rubia sofisticada, garbo militar, armonía de las esferas, India milenaria, noble equino, los peligros de la adolescencia (y el acné, etcétera), pasión arrebatadora, gesto contrariado, sembrar cizaña, delicada poetisa, fe inquebrantable, boca de fresa, arroyo cristalino, dientes como perlas y otras horrísonas y estomagantes frases de confección, a las que substituyo por las de medida, o sea las emolientes y reivindicadoras metáforas. En este sentido de creer que puedo ser mejor, declaro que, finalizada la perpetración de un libro o un artículo o una disertación, me voy a dormir con la inconciencia tranquila.”