Elisa Caselli – Rodrigo Laham Cohen (Editores)
Colección: Crisis y Nacimientos
Introducción
Hace tan solo unos meses, mientras este libro se encontraba ya en preparación, un rabino fue salvajemente atacado en la en la ciudad de Rosario; el móvil no había sido el robo, sino la agresión pura y simple[1]. El episodio inquieta porque de ningún modo se trata de un hecho aislado. Como es sabido, expresiones y actos discriminatorios de distinta naturaleza, cometidos contra judías y judíos se producen con frecuencia. En nuestro país, las denuncias en tal sentido se incrementaron notoriamente en los últimos años –entre 2017 y 2018, por ejemplo, crecieron en un 500%[2]–. Un informe publicado en 2014 por el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) indica que el 57% de los judíos y las judías, en algún momento de su vida, ha sido víctima de una discriminación directa motivada por su religión[3]. Por supuesto que esto no ocurre solo en Argentina. En 2019, noventa y dos sepulturas del cementerio de Quatzenheim, una pequeña localidad del Bajo Rin, en el noreste de Francia, fueron profanadas[4]. Como suele suceder ante casos similares, de inmediato se realizaron movilizaciones masivas en repudio del acontecimiento, a las que le siguieron manifestaciones condenatorias procedentes de diversas partes del mundo. La cuestión central y preocupante anclaba en que esas profanaciones no constituían, tampoco allí, un suceso aislado ni excepcional. Unos meses antes, tanto en Alemania como en otros países de Europa, incluida la misma Francia, se habían repetido episodios de violencia antisemita de distinta índole y con variada intensidad. Algunos de esos actos fueron reivindicados por grupos organizados, pero en la mayoría de los casos, se trata de personas que actúan aisladamente. La violencia no siempre es física, muchas veces se expresa mediante arengas que la celebran o que instigan a atacar. En 2018, durante un acto desarrollado en Berlín en repudio a un grupo musical que invitaba a “un nuevo Holocausto”, un manifestante, que se declaraba “absolutamente ateo” sintetizaba en pocas palabras el riesgo de una cierta habitualidad: “aquí, en Alemania, nosotros estamos casi habituados a algunas cosas. Un poco de antisemitismo por aquí, un poco de racismo por allá… ¡y esto es muy grave!”[5].
Recientemente, algunas notas editoriales periodísticas llegaron a hablar de “nuevo antisemitismo” o “nuevo odio hacia los judíos”. Sin embargo, las expresiones y los métodos utilizados en los diversos ataques y agresiones de ninguna manera son nuevos, ellos reproducen gestos violentos, insultos, palabras peyorativas y demás formas agraviantes que, en ocasiones, reconocen un origen distante. Unas actitudes que, en otros momentos, se ampararon en leyes que incluso las alimentaban. En efecto, en diferentes épocas y espacios, bajo circunstancias también diversas, resulta sencillo hallar disposiciones discriminatorias y segregacionistas, de distinto calibre, contra las minorías judías. Con frecuencia, tales medidas desembocaron en expulsiones, parciales o totales y, especialmente, dieron lugar a hechos de violencia directa, extrema y desembozada, como las matanzas e incendios, que constituían el saldo inmediato y habitual de los asaltos a juderías o barrios judíos. Una violencia que, en el siglo XX, encontró su expresión más acabada, brutal e incomparable, con la Shoah.
El propósito principal que nos movió a preparar el presente libro ha sido el de difundir estos temas con la intención de alentar la reflexión sobre violencias y discriminaciones contra judías y judíos a lo largo de la historia. Para ello, hemos convocado a destacados investigadores e investigadoras, especialistas en la problemática, cuyos estudios, además de proporcionar perspectivas diversas, permiten contemplar un arco temporal lo suficientemente amplio. Pero, antes de adentrarnos en la presentación de los trabajos que componen esta obra colectiva, desearíamos ofrecer ciertas pinceladas que, aunque expuestas de manera sucinta, resultan esenciales para reflexionar sobre una temática tan compleja como la que aquí tratamos.
En primer lugar, desearíamos explicar por qué antisemitismo, antijudaísmo y judeofobia. Si bien al leer o escuchar estas palabras inmediatamente sabemos que refieren a actitudes contrarias a los judíos, se trata de conceptos que reconocen distintos orígenes y que, desde nuestro punto de vista, no son intercambiables. El prefijo que denota oposición en los dos primeros esta precediendo sustantivos bien distintos. La voz “semita” tuvo su origen en el siglo XVIII, cuando August Ludwig von Schlözer lo utilizó para designar un conjunto de lenguas originarias de Oriente Próximo y Medio Oriente –incluidas allí el arameo, el hebreo y el árabe– entre las cuales el investigador establecía cierto parentesco. A mediados del siglo XIX el vocablo se trasladó a los pueblos que habitaban esas regiones, se comenzó entonces a hablar de una “raza semita” y, hacia 1879, el alemán Wilhelm Marr acuñó el término “antisemitismo”. Si bien Moritz Steinschneider había usado la palabra en cartas privadas, fue Marr quien hizo que el término se difundiera –su libro conoció 12 ediciones en tres años–. Para Marr el concepto remitía de forma ineluctable a los judíos, dejando por fuera al resto del grupo que, en aquella época, se consideraba semita (Laham Cohen, 2016). Antisemitismo nacía entonces indefectiblemente asociado a una mirada racial hacia los judíos. El otro sustantivo que acompaña el prefijo anti, en cambio, reconoce un pasado mucho más remoto: el término era ya mencionado en la Antigüedad, mientras que en los léxicos medievales figura “judaísmo”, al que se define como: “las costumbres de los judíos o su ayuntamiento”[6]; o bien como: “judería, ayuntamiento de judíos”[7]. Siguiendo estas definiciones, Antijudaísmo sería, por lo tanto, lo contrario a los judíos y a todo aquello que los caracteriza: gestos, costumbres, hábitat. Para el tercer término, judeofobia[8] es el segundo vocablo de la palabra compuesta el que aporta una carga problemática: según el Diccionario de la Real Academia Española, fobia remite a una raíz psicológica o psiquiátrica, se trataría de una aversión exagerada que provoca una angustia que no se puede controlar. Pero, ¿puede el rechazo a los judíos ser considerado “angustiante” y, sobre todo, “incontrolable”? Evidentemente, no, al margen de lo que la etimología de la palabra sugiere. La cuestión es compleja, pues el uso de fobia se ha extendido mucho más allá de su definición estricta, otorgándole un sentido equiparable al del simple rechazo u odio. El peligro, en particular para el caso que estudiamos, reside entonces en dejar en el terreno de una patología un fenómeno que en realidad es, claramente, un constructo social.
Una cuestión clave a la hora de aplicar un concepto –más allá de la precisión etimológica, desde ya relevante– para definir e identificar el odio hacia los judíos, y que tantos debates ha generado, es que tal rechazo no es atemporal e inmutable sino que surge, con mayor o menor virulencia, en distintas épocas y espacios, bajo ciertas circunstancias. Por lo tanto, se trata de manifestaciones que deben ser analizadas en su contexto. Como ha señalado Vogel (2009: 7), su contextualización social e histórica resulta absolutamente indispensable si lo que se quiere es, en verdad, comprender estos fenómenos. Entonces, si la noción de “raza” no existió siempre, como tampoco la (supuesta) identificación de “pueblos semitas”, ¿por qué utilizarlos en cualquier momento de la historia y para describir cualquier rechazo a los judíos, incluso aunque se los pretenda como conceptos más abarcadores si se los expresa bajo formas plurales como racismos o antisemitismos?[9] Tales ideas nacieron a la luz de situaciones particulares y es dentro de ellas donde encuentran su asidero más real. Al extrapolar estos conceptos a otra realidad, no solo los desligamos de su carga semántica originaria, sino que –y es lo que resulta más serio, a nuestro modo de ver– diluimos en un odio perenne y ahistórico la especificidad de unas violencias concretas contra judíos y judías, únicamente explicables en su contexto particular, quitándole de esa manera la relevancia que cada uno de esos acontecimientos tuvo en su momento preciso.
Existe entre algunos historiadores cierta coincidencia en señalar que para los estudios sobre cualquier período anterior al siglo XIX, el término más apropiado es antijudaísmo, mientras que, de allí en adelante y por las razones más arriba expuestas, cabría hablar de antisemitismo. No obstante, ello no indica que ambos términos sean entre sí antitéticos, sino que pueden pensarse como complementarios. Los justificativos para el antijudaísmo, nacido de la mano del cristianismo primitivo, eran esencialmente de naturaleza teológica. Tales fundamentos de orden religioso contribuyeron de manera paulatina a cristalizar una imagen de los judíos que los mostraba como extraños y reacios a la integración. Las nuevas formas de antisemitismo político, que surgieron en el siglo XIX, traspasaron a la naturaleza la idea de una alteridad esencial de los judíos. En otras palabras, pasó a considerarse que si los judíos eran intrínsecamente extraños y no-asimilables se debía a su naturaleza. Tales presupuestos pronto se tradujeron en la esencialidad de un judío atemporal, sobre quien recaería un antisemitismo, asimismo eterno e inmutable.
Vale aclarar que no es nuestro propósito imponer qué conceptos o términos se deben usar para cada período. Es, simplemente, nuestro punto de vista. En efecto, existen obras brillantes en las cuales se emplea antisemitismo para referir a fenómenos de la Antigüedad. Nuestra decisión –que no es solo nuestra sino la de una parte importante de la historiografía– de intentar diferenciar términos y conceptos se relaciona con dos objetivos fundamentales. El primero, volvemos sobre este tema, es dejar en claro que los actos y discursos violentos contra judíos y judías no pueden ser vistos como fenómenos idénticos encadenados a lo largo de la historia. No solo son distintas las coordenadas espacio-temporales de cada evento, sino que los propios judíos y judías han sido diferentes en cada momento y lugar. Hablar de un antisemitismo de 2.500 años implica pensar que existe algo esencial e inmutable en el judaísmo, perspectiva que no compartimos.
El segundo objetivo de nuestro intento por romper con la idea de una continuidad inalterada se relaciona con aquello que asociamos a los peligros de lo que ha sido denominado historia lacrimosa. Ciertamente este libro compila situaciones de persecución, odio, muerte y dolor. Pero las judías y los judíos que han surcado los siglos no han sido siempre atacadas/os. Este libro centra la mirada en el conflicto, pero también hubo coexistencia, intercambio y vínculos positivos. Muchas veces el odio de las elites religiosas proviene, precisamente, de su incapacidad para evitar que judíos y cristianos compartan fiestas; que musulmanes y judíos interactúen.
Estas interacciones positivas son, a veces, difíciles de ver. Porque nuestras fuentes recuerdan la destrucción de una sinagoga, pero suelen omitir los 200 años en los que ese edificio estuvo en pie siendo el centro de una comunidad y un hito en la propia ciudad cristiana o musulmana en la que se hallaba. Pero tampoco aspiramos a crear una historia idílica. Ciertamente tal sinagoga, si bien no destruida, pudo haber presenciado agresiones cotidianas y de baja intensidad contra judíos y judías que tampoco quedaron registradas en las fuentes.
El conflicto y la integración son dos caras de la misma moneda. Por supuesto que judíos y judías no han sido los/las únicos/as que han sufrido en los años aquí documentados. Hemos elegido a los colectivos judíos porque somos especialistas en temas asociados a ellos. Pero, insistimos, no han sido los únicos grupos que han padecido desde la Antigüedad Clásica hasta el presente.
Es menester, entonces, prescindir de las simplificaciones y atender a la complejidad de lo social. Los trabajos aquí reunidos se proponen demostrar que cada contexto reúne características particulares y se encuentra atravesado por condicionamientos múltiples. Ninguna teoría –ni la del “chivo expiatorio”[10]; o del “enemigo interno” que, identificado, fortalece al conjunto; ni la del rechazo per se al “diferente”; o de los estereotipos, como el judío “usurero” o “explotador”– resulta suficiente por sí sola para explicar ni uno solo de los ataques, sean físicos o verbales. Por ende, las explicaciones de acontecimientos de tal naturaleza de ningún modo pueden ser unívocas, sino que, por el contrario, al analizarlos se deben poner en consideración las diversas dinámicas y procesos –económicos, políticos, culturales, religiosos, sociales, etc.– que en ellos confluyeron.
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Presentamos brevemente, ahora sí, el contenido de los capítulos que componen nuestro libro, el cual se organiza cronológicamente. Como se podrá observar, cada autor/a se ha centrado en su campo de especialidad y ha trabajado desde sus propios marcos teóricos, hecho que redunda, desde nuestro punto de vista, en una gran riqueza.
El viaje comienza con el capítulo “Contra Flaco de Filón de Alejandría y la primera persecución de los judíos: una reconstrucción de las causas bajo la luz de los papiros (33-38 d.C.)”, en el cual Paola Druille nos sumerge en los conflictos entre judíos y no-judíos en una de las ciudades más pobladas de la Antigüedad: Alejandría. Analiza, empleando tanto los escritos de Filón como material papirológico, los eventos que desembocaron en los masivos ataques sufridos por los judíos alejandrinos en el 38 d.C. Druille indaga, con precisión e ingenio, las posibles causas de la violencia y pone especial énfasis en el rol de las autoridades romanas, quienes controlaban la ciudad en el período.
La expansión del cristianismo es el fenómeno que motiva el segundo capítulo del libro: “Un dios, un texto y el conflicto por la interpretación: judíos y cristianos en la Antigüedad Tardía”. Allí Rodrigo Laham Cohen analiza las particularidades del antijudaísmo cristiano e intenta explicar por qué la mayor parte de los hombres de Iglesia entre los siglos III y VII hostilizó al judaísmo. Con el foco en la teología, el autor resalta la necesidad cristiana de lidiar con su matriz judaica –principalmente a través del rechazo discursivo hacia los judíos– para definir y establecer su propia identidad. Revisa, también, el impacto del discurso antijudío en la población y en los hechos de violencia contra los judíos y las judías del período.
En el capítulo siguiente, “Antijudaísmo, poder y justicia: restricciones, abusos y violencias en los reinos hispánicos hasta la expulsión general de 1492”, Elisa Caselli estudia las comunidades judías ya en el período medieval. Su investigación, basada especialmente en fuentes judiciales, se conjuga a partir de tres variables que considera inescindibles: el antijudaísmo, el poder político y la administración de justicia. Con esta aproximación se propone evitar las interpretaciones reduccionistas basadas en dicotomías poco explicativas –como comunidad cristiana versus comunidad judía o normativa versus excepción– y, al mismo tiempo, mostrar las complejidades que surcaban la sociedad estudiada: desde amores prohibidos o jueces particularmente ensañados con judíos, hasta eclesiásticos cínicos que mientras denunciaban a los “judíos usureros”, prestaban dinero, en la clandestinidad, a través de manos judías.
Nicolás Kwiatkowski, en “Ciencia, imperio e inquisición. Garcia de Orta, entre la Península Ibérica y Goa”, traza la historia de una familia judía que abandonó España tras el Edicto de expulsión de 1492 y que, tiempo después, en Portugal, se vio obligada a convertirse al cristianismo. Se detiene especialmente en uno de sus miembros, Garcia de Orta, quien se radicaría en la India, donde ejerció como médico, se integró a redes asiáticas de intercambio económico, político y cultural y, en especial, desarrolló una significativa labor en el terreno de la medicina, dejando un importante legado. Tanto él como su familia padecieron las persecuciones de la Inquisición, primero en Portugal y luego en Goa: parte de la familia pereció en la hoguera, el cadáver del propio Garcia de Orta fue desenterrado para ser quemado y sus escritos fueron prohibidos. No obstante, a los pocos años, una de sus obras más destacadas sería rescatada y se daría a conocer en varios idiomas. El autor demuestra muy bien, por un lado, la complejidad de las identidades conversas y, por otro, la valía de las solidaridades, del talento y de la voluntad de saber, que lograron pervivir más allá de los asoladores propósitos inquisitoriales.
Los pogroms en la Rusia del siglo XIX son tristemente famosos, en especial, por su virulencia y masividad. Mucho menos conocida es, en cambio, la actitud que los socialistas revolucionarios tuvieron frente a tales acontecimientos. Claudio Ingerflom, en “Ideología revolucionaria y representaciones colectivas antisemitas: los socialistas rusos frente a los pogroms de 1881-1883” –trabajo pionero, dado a conocer 1982, cuya versión en español se publica por primera vez en este libro–, analiza de manera cuidada y minuciosa, precisamente los discursos y reacciones que los primeros pogromos provocaron en los círculos revolucionarios. Tanto por sus presupuestos teóricos, como por las representaciones que sobre los judíos tenían, los socialistas adoptaron actitudes favorables a los ataques, en la creencia de que ese movimiento de masas espontáneo, que había comenzado contra los judíos, no debía ser ignorado y mucho menos desaprovechado, pues podía continuar (siendo redirigido) contra el poder zarista. La experiencia de 1881-1883 demostraría que los pogroms no desencadenarían un proceso revolucionario. No obstante, las discusiones que en ese entonces se produjeron entre los socialistas rusos y las actitudes por ellos asumidas permanecerían largamente en la memoria de militantes judíos y no judíos.
En “Los orígenes del antisemitismo moderno en Europa y de su primera expansión en la Argentina entre fines del siglo XIX y comienzos del XX”, Daniel Lvovich, tras señalar la diferencia con el término antijudaísmo, analiza el proceso en el cual surge la idea de antisemitismo y cómo esta se extiende en Europa occidental, en particular en Francia, y luego a Argentina. Tomando como eje articulador el “mito de la conspiración judía”, el autor examina tanto la prensa de la época como obras emblemáticas del antisemitismo, relacionándolas con hechos notorios, como el affaire Dreyfus o el asesinato de Ramón N. Falcón, y la incidencia que dicha literatura tuvo en la política e incluso en la educación pública argentina.
Marcia Ras aborda, en “Argentinos en Varsovia. 1939-1945”, un tema poco explorado: la suerte de los argentinos en la Varsovia ocupada por los nazis. Mediante un profundo análisis documental, Ras nos introduce en la Shoa y deconstruye la idea de que el Estado argentino abandonó a sus ciudadanos, mostrando los intentos –en algunos casos exitosos– de ofrecer protección cuando esta era solicitada por los argentinos, de religión judía, que habitaban en la ciudad polaca. Más allá de esto, la autora nos recuerda, una vez más, el doloroso derrotero de los judíos, argentinos y no argentinos, durante la Shoa.
“¿Perón nazi? Denuncias, procesamientos y sentencias. A propósito de la cuestión del antisemitismo entre sectores antiperonistas de la Armada Argentina”, es el título del capítulo de Laura Schenquer. La investigadora analiza los reclamos del capitán de fragata Carlos Korimblum, quien, en 1955 y en 1976, sostuvo, ante las autoridades de la Armada, que no había logrado ascender en su carrera militar por una decisión explícita de Juan Domingo Perón basada en supuestas posiciones antisemitas. El caso permite a Schenquer rastrear, entre otros aspectos, cómo el antisemitismo apareció nombrado en los documentos de la Armada y el impacto de las denuncias tanto en el contexto de 1955 como en el de 1976. Los reclamos de Korimblum, por otra parte, le permiten a la autora visibilizar cómo, en ocasiones, tensiones producto de conflictos políticos (en este caso la disputa entre peronismo y antiperonismo) pueden ser interpretadas (por convencimiento o por estrategia política) en relación a las identidades religiosas.
Emmanuel Kahan es quien escribe “El antisemitismo en Argentina. Entre la experiencia histórica, el debate público y su resignificación”. En un minucioso trabajo bibliográfico y documental, el autor indaga la historia del antisemitismo en Argentina durante el siglo XX, haciendo foco en los grupos que propagaron el discurso antisemita, las instituciones judías que respondieron, la posición de los gobiernos de turno y el impacto del tema en la esfera pública. Especial énfasis recibe la temática durante la dictadura inaugurada en 1976. El análisis, que se proyecta también sobre los años que llevamos vividos en el siglo XXI, sugiere que, al menos hasta el atentado a la AMIA, el antisemitismo era una retórica pública común y aceptada en ciertos grupos nacionalistas y conservadores con capacidad de impactar en opinión pública. A partir de allí, según Kahan, si bien el antisemitismo no ha dejado de existir, ha perdido relevancia en la escena argentina.
El recorrido propuesto se cierra con el capítulo de Damián Setton. En “El segundo caso Timerman y la etnicización de lo político”, el autor se pregunta si lo judío es un elemento extraño que atenta contra la identidad argentina o, por el contrario, si es parte constitutiva de esta. Se trata de interrogantes que han atravesado la historia de la argentinidad y que perduran hasta nuestros días. Su trabajo ofrece reflexiones inteligentes sobre el papel que la judaización –entendida como una asignación externa sobre alguien que no se define a sí mismo como judío en el rol que ejercita en la esfera pública, sino que preserva tal identidad para el ámbito privado– ha desempeñado en las disputas políticas, vinculándolo, asimismo, con la dimensión diaspórica con relación a Israel.
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Antes de cerrar estas palabras introductorias, queremos expresar nuestro sincero agradecimiento a cada una/o de las/los autoras/es por haber aceptado formar parte de esta obra colectiva. Agradecemos, también, al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y a la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica por haber financiado en parte la impresión del libro[11]. Esperemos que quienes lo lean, lo encuentren tan estimulante como nosotros e incentive reflexiones que contribuyan, de algún modo, a construir un mundo más tolerante.
Elisa Caselli y Rodrigo Laham Cohen
Enero de 2021
Bibliografía citada
Erner, G. (2005). Expliquer l’antisémitisme. Le bouc émissaire : autopsie d’un modèle explicatif, Paris.
Laham Cohen, R. (2016). “Antisemitismo, antijudaísmo y xenofobia. Palabras, conceptos y contextos en la Antigüedad y la Alta Edad Media”, Conceptos históricos, 2, 12-39.
Liebman, M. (2009). Figures de l’antisémitisme. Textes choisis et présentés par Jean Vogel, Bruselas.
Schafer, P. (1998). Judeophobia: Attitudes towards the Jews in the Ancient World, Cambridge.
Soyer, F. (2019). Antisemitic Conspiracy Theories in the Early Modern Iberian World. Narratives of Fear and Hatred, Leiden.
[1] Rosario/12, 19 de junio de 2019: https://www.pagina12.com.ar/199570-brutal-y-antisemita
[2] La Nación, 27 de febrero de 2019: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/las-denuncias-antisemitismo-crecieron-500-ano-nid2224019
[3] Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, Mapa Nacional de la Discriminación, Segunda Edición, 2014:
[4] Le Monde, 19 de febrero de 2019 : https://www.lemonde.fr/societe/article/2019/02/19/on-ne-s-habitue-pas-a-l-antisemitisme-le-village-de-quatzenheim-sous-le-choc-apres-la-profanation-de-son-cimetiere_5425493_3224.html
[5] Le Monde, 26 de abril de 2018: https://www.lemonde.fr/europe/article/2018/04/26/en-allemagne-mobilisation-contre-l-antisemitisme_5290974_3214.html
[6] Rodrigo Férnández de Santaella Vocabulario eclesiástico, (Sevilla, 1499).
[7] Antonio de Nebrija Dictionarium latino-hispanicum (Salamanca, 1492).
[9] Ante esta problemática conceptual, François Soyer (2019), siguiendo a Hering Torres, quien sostiene que han existido manifestaciones previas de la idea de raza –con significados históricos diferentes– que habrían contribuido a “procesos de racialización”, es decir, distintas formas de racismo –o racismos–, propone un idéntico criterio para pensar el antisemitismo, no en un sentido monolítico, sino cambiante. Postula, por lo tanto, la existencia de antisemitismos, en plural, con acepciones históricas diversas.
[10] Respecto de este tema, se puede ver el interesante análisis sociológico de Guillaume Erner (2005).
[11] Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica (PICT-AGENCIA) 2016-0583 “La literatura Adversus Iudaeos en la Antigüedad Tardía”, dirigido por Rodrigo Laham Cohen y Proyecto de Investigación Plurianual (PIP-CONICET) 11220150100376 CO “Márgenes Inestables: Narrativas del conflicto, identidad y estrategias de deslegitimación del adversario religioso entre la Antigüedad Tardía y el Medioevo”, dirigido por Vanina Neyra y codirigido por Rodrigo Laham Cohen. Ambos proyectos están radicados en el Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas (IMHICIHU-CONICET).
Gentileza: Miño y Dávila Editores