Cuarenta años de espera*
Por Hernán Dobry
La guerra de Malvinas es una de las grandes tragedias que le tocó vivir a la Argentina durante el siglo XX por las consecuencias humanas y económicas que le provocó al país. La magnitud del daño se incrementó aún más porque, además, fue un conflicto totalmente autoinfligido que podría haberse evitado de haber existido un poco de cordura entre los miembros de las Fuerzas Armadas y en la población que apoyó masivamente la decisión de recuperar las Islas. La llamada operación Rosario fue el manotazo de ahogado de la Junta Militar, compuesta por el teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri, el almirante Jorge Isaac Anaya y el brigadier general Basilio Lami Dozo, en su intento por prolongar en el tiempo una dictadura asfixiada por sus propias incapacidades, quebrada financieramente y aislada del mundo por las violaciones a los derechos humanos.
Más allá del espíritu de gesta que desean darle ciertos sectores de la sociedad y algunos de sus protagonistas, se trató de una tragedia no solo por las 649 muertes sufridas del lado argentino sino, también, por los centenares de suicidios de veteranos de guerra que se produjeron durante estos cuarenta años y por los miles que padecieron traumas físicos y mentales por lo que les tocó vivir en las Islas. Por eso, aún permanece abierto el debate, especialmente, entre los propios excombatientes sobre si se los debe considerar héroes o víctimas. En la mayoría de los casos, no hay puntos de encuentro, como si la grieta también hubiera llegado al conflicto del Atlántico Sur.
En estos cuarenta años, se han escrito numerosos libros sobre estrategia, equipamientos, diplomacia, política, venta de armamentos, experiencias personales, ayuda religiosa, novelas, cuentos, poesía y otros tantos géneros vinculados a la guerra de Malvinas, que la han convertido en una de las temáticas contemporánea más abordadas del país.
Esto demuestra el interés que todavía despierta este conflicto tanto dentro de la sociedad como entre los investigadores sobre lo ocurrido en esos setenta y tres días, que terminaron cambiando la historia argentina para siempre, ya que impulsó la caída de la última dictadura militar.
Sin embargo, este fenómeno no siempre fue así. La guerra de Malvinas ha sido, durante años, una especie de afrenta para los argentinos, una mancha en el orgullo nacional, que costó décadas en cicatrizar y que produjo daños irreparables en sus protagonistas, en especial, en los jóvenes que fueron enviados a combatir, con escasa experiencia, mal alimentados, con poco abrigo y con armamentos, en muchos casos, obsoletos.
A su regreso, la sociedad les dio vuelta la cara, los trató como “loquitos” e, incluso, los metió en la misma bolsa con los militares que habían violado los derechos humanos durante la dictadura, tras el discurso del presidente Raúl Alfonsín, en el que llamó “héroes de Malvinas” a los carapintadas que se habían sublevado contra su gobierno en la Semana Santa de 1987.
Esos soldados fueron olvidados y metidos debajo de la alfombra por una Argentina incapaz de aceptar una derrota dentro de su orgullo nacional herido. Los rostros de esos jóvenes reflejaban sus propias contradicciones como sociedad ya que ese mismo pueblo había vitoreado a Galtieri en la Plaza de Mayo pocas semanas antes como si se tratara de una especie de San Martín moderno que venía a redimir al país del yugo colonial británico.
Ningún sector político, sindical o religioso estuvo exento de esto. La comunidad judía local vivió la guerra y la posguerra de la misma forma que lo hizo el resto de la población, ya que se trataba de una parte inseparable de ella, con sus virtudes y defectos, al igual que lo sigue siendo hoy en día.
Sus dirigentes y miembros se vieron sorprendidos con la noticia de la recuperación de las Malvinas, como el resto de los argentinos y, al igual que los demás, iniciaron, en seguida, campañas de ayuda en clubes, sinagogas, centros culturales y colegios para enviar dinero, abrigos y alimentos a los soldados que habían sido movilizados. Incluso, sus directivos y el rabino Marshall Meyer lograron que cinco religiosos (Baruj Plavnik, Felipe Yafe, Efraín Dines y Tzví y Natán Grunblatt) fueran designados capellanes para prestarles asistencia espiritual a los conscriptos que se encontraban desplegados en diferentes zonas de la costa patagónica y en las Islas.
Este fue un evento histórico ya que, sin saberlo, se convirtió en la primera y única vez que un religioso de una fe que no fuera la católica realizaba esta tarea en el seno de las Fuerzas Armadas Argentinas. Esto nunca más volvió a ocurrir hasta la actualidad con ningún culto. A su vez, muestra lo compenetrada que se hallaba la dirigencia comunitaria en intentar mejorar la situación en la que se encontraban los soldados judíos que estaban combatiendo en la guerra y aquellos que se fueron desplegados en las diferentes zonas de la costa patagónica, más allá del alcance y el éxito que terminaron teniendo estos esfuerzos.
Sin embargo, esta actitud cambió rotundamente cuando terminaron los combates y esos mismos jóvenes, a los que antes habían buscado asistir, retornaron a sus hogares cargando con las consecuencias físicas y psicológicas que implica una guerra. Muchos de esos muchachos, en su mayoría de dieciocho o diecinueve años, guardaban en sus mentes y sus cuerpos los traumas causados por el antisemitismo y las torturas a las que habían sido sometido por sus oficiales y suboficiales, por su condición de judíos, durante su estadía en las Islas, como se verá en este libro. Pese a esto, los directivos de las instituciones centrales comunitarias y los propios rabinos que habían sido movilizados nunca más volvieron a preocuparse (salvo en casos excepcionales) por su salud, sus necesidades espirituales, psicológicas, económicas y, sobre todo, humanas durante treinta años.
Un abrazo, una palabra, un oído que los escuchara o un simple reconocimiento hubiera bastado para aplacar parte de todo ese dolor que llevaron adentro durante tantas décadas. Sin embargo, nada de eso existió, al igual que ocurrió con el resto de la sociedad, que durante tanto tiempo se mantuvo pasiva y en silencio.
En cambio, recibieron el rechazo de los clubes a los que fueron a solicitar becas o el desinterés de la propia Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) que se comprometió en apoyar a algunos de los que fueron a golpearle la puerta en 1982, pero jamás lo hizo. Esta situación empeoró más debido a que la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) siguió intentando convertir en estable la capellanía rabínica en el Ejército tras la finalización de la guerra, algo que trató de repetir infructuosamente a comienzos de la década de los noventa. Sin embargo, no hizo ningún intento por saber si los veteranos de Malvinas precisaban alguna clase de apoyo.
Este proceso de desmalvinización que vivió la comunidad judía argentina fue similar a la que padeció el país, al punto de que las siguientes generaciones de dirigentes desconocían lo que habían conseguido sus antecesores con la presencia de los rabinos en el Ejército durante la guerra o la ayuda que se había enviado a los soldados durante el conflicto del Atlántico Sur. Tanto es así que la propia DAIA ni siquiera incluyó este evento dentro de su libro 75 años de historia: Década a década en imágenes y palabras, a pesar de que sus dirigentes estuvieron personalmente involucrados para que esto se concretara.
Ese clima de ignorancia y desinterés se mantuvo así durante treinta años. La labor que llevaron a cabo los veteranos de Malvinas, Silvio Katz, Sergio Vainroj y Claudio Szpin, y las denuncias vertidas en el libro Los rabinos de Malvinas: La comunidad judía argentina, la guerra del Atlántico Sur y el antisemitismo, en 2012, hicieron despertar a la colectividad de su letargo.
A partir de ese momento, se sucedieron homenajes y reconocimientos a los soldados judíos que combatieron en la guerra, en clubes, colegios, sinagogas de todo el país y en las instituciones centrales, algo que se mantiene hasta la actualidad. Si bien aún quedan muchas cuestiones pendientes por resolver entre los veteranos de Malvinas y la comunidad, uno de sus pedidos, que no logró hacer eco entre los dirigentes de la AMIA y la DAIA tiene que ver con la perduración de la memoria, un factor fundamental dentro del judaísmo.
La Sociedad Hebraica Argentina fue la única que comprendió la importancia real que tiene este concepto tanto para ellos como para el pueblo judío. Por eso, impulsó la publicación de este libro, tras nombrarlos “socios distinguidos” y haber colocado una placa en su homenaje en la puerta de su sede de Pilar en 2019.
Los soldados judíos de Malvinas viene a saldar, en parte, esa cuenta pendiente que quedaba con estos jóvenes, hoy ya adultos, que dieron su vida por la patria. Su objetivo central es dejar testimonio de lo que fueron sus experiencias durante la guerra por tres razones fundamentales.
La primera es para poder enseñar sus historias a cualquiera que ose decir que un judío no es un argentino, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de los años, y mostrarles cómo sirvieron a la patria cuando la mayoría de la población estaba más preocupada por el resultado de la Selección Nacional en el Mundial de Fútbol que por lo que pasaba en el Atlántico Sur.
La segunda tiene que ver con la memoria comunitaria, para que perdure en el tiempo la labor que llevaron a cabo estos jóvenes y el antisemitismo que debieron padecer a manos de sus oficiales y suboficiales por su condición religiosa y para que ningún otro líder de una institución vuelva a olvidar lo que ocurrió en esos años.
Finalmente, servirá como un legado familiar para ellos, para que sus experiencias en medio de los combates se mantengan vivas por generaciones cuando ellos ya no estén y que su recuerdo no quede supeditado a la memoria oral que, finalmente, termina tergiversando lo que ocurrió en la realidad.
Ojalá que este trabajo pueda cumplir estos tres objetivos y, a la vez, logre despertar el interés de otros investigadores que quieran seguir encontrándole nuevas vetas a la historia de la guerra de las Malvinas, ya que aún quedan muchos secretos por desvelar.
Madrid, 26 de diciembre de 2022
*Introdución al libro «Los soldados judíos de Malvinas» de Hernán Dobry (Ediciones Hebraica, 2023)
Hernán Dobry (Buenos Aires, 1974) es periodista, doctorando en Historia (UTDT), magister en Relaciones y Negociaciones Internacionales (FLACSO – San Andrés – Universidad de Barcelona).
Ha escrito los libros Operación Israel: El rearme argentino durante la dictadura (1976-1983) (2011), Los rabinos de Malvinas: La comunidad judía argentina, la guerra del Atlántico Sur y el antisemitismo (2012), Los judíos y la dictadura: Los desaparecidos, el antisemitismo y la resistencia, (2013), Ser judío en los años setenta: Testimonios del horror y la resistencia durante la última dictadura (junto con Daniel Goldman) (2014), País riesgoso: Cómo interpretar la economía y los mercados financieros (junto con Claudio Zuchovicki) (2014).
Dos de ellos (Los rabinos de Malvinas y Ser judío en los años setenta) fueron declarados de “interés cultural y de interés para la promoción y defensa de los Derechos Humanos” por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.