Saúl Sosnowski
Aunque consideremos que el lenguaje surgió de la necesidad primaria de establecer contactos con otros miembros de la especie, su capacidad intrínseca lo ha proyectado como instrumento de posesión de la realidad. Paradójicamente, este poder permite reconocer que su alcance es limitado. Admitir esta falla exige la búsqueda de un nuevo lenguaje. Teóricamente, este lenguaje lograría abarcar todo lo que ha sido, es y será. “El idioma analítico de John Wilkins” se propuso esa meta. Las palabras de su idioma no serían arbitrarias: “Cada una de las letras que las integran es significativa, como lo fueron las de la Sagrada Escritura para los cabalistas” (Otras Inquisiciones, p. 141). Borges deslinda planos: el estrato del lenguaje, que incluye el vocablo “universo”, y el objeto “universo”. Es posible, postula, que no exista un objeto que corresponda a esta nomenclatura: “Cabe sospechar que no hay universo en el sentido orgánico, unificador, que tiene esa ambiciosa palabra. Si lo hay, falta conjeturar su propósito, falta conjeturar las palabras, las definiciones, las etimologías, las sinonimias, del secreto diccionario de Dios”. El cabalista respondería – sin condescender a las proyecciones de Berkeley – que al existir la palabra, existe el objeto, puesto que el verbo lo ha creado. Según esta visión, el idioma no es el resultado de conjeturas que animarían la búsqueda de secretos divinos, sino un producto divino que permite a los iniciados penetrar al mundo donde las conjeturas humanas se transforman en las certidumbres de la Deidad. Es posible buscar el esquema divino para que el hombre se consuele con sus propios esquemas. Sin embargo, cabe afirmar que la búsqueda del creyente no está animada por el deseo de hallar una clave de paso: esto sería un paso intermedio hacia la comunión con el Creador.
Estas teorías indican, con interpolaciones teológicas o prescindiendo de ellas, que la escritura ha sido elevada a un plano superior al otorgado a los otros medios de comunicación. Borges comenta este fenómeno en “Del culto a los libros”. El poder de la palabra escrita ha llevado a su sacralización y por ello a un distanciamiento inspirado por el respeto y el temor. Para ejemplificar este poder, Borges atribuye a Clemente de Alejandría el dictamen: “Escribir en un libro todas las cosas es dejar una espada en manos de un niño” (Otras Inquisiciones p. 158) y cita a Mallarmé: “el mundo existe para llegar a un libro”. Esta empresa sería vista por los cabalistas como parte del ciclo que comienza (la elección de este tiempo verbal no es casual) con la Creación del universo mediante la enunciación del Verbo. En las páginas 160 y 161 de este texto, Borges resume la interpretación que ofrece el Sefer Yezirah (Libro de la Formación) del versículo: “Y Dios dijo: sea la luz; y fue la luz” (Génesis, I, 3): El universo fue creado mediante las veintidós letras del alfabeto hebreo y los primeros diez números cardinales. Borges acota: “Que los números sean instrumentos o elementos dela Creación es dogma de Pitágoras de Jámblico; que las letras lo sean es claro indicio del nuevo culto de la escritura” (p. 161). Borges ofrece como ejemplos los poderes que el Sefer Yezirah les ha atribuido a las letras. Por medio de una cita de León Bloy expande el poder del verbo: “No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es. Nadie sabe qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus actos, sus sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su imperecedero Nombre en el registro de la luz… La historia es un inmenso texto litúrgico, donde la iotas y los puntos no valen menos que los versículos o capítulos íntegros, pero la importancia de unos y de otros es interminable y está profundamente escondida” (Otras Inquisiciones, p. 162). Esta noción coincide con el punto de partida cabalista que considera que la Torah es el Todo: la suma de los secretos de la creación que entrañan el poder de ser Dios: el Conocimiento Absoluto del universo.
Según lo aquí delineado, el lenguaje es tanto el medio como el instrumento básico del Conocimiento. El verbo sirve como único puente entre el hombre y lo divino, entre la necesidad de expresar lo conocido y de elevar el deseo de poseer más “saber”. Cuando las fórmulas llamadas (arbitrariamente) palabras encierran en sí destinos humanos, se hace difícil aceptar su arbitrariedad simbólica. Sin recurrir a la presencia de Divinidades, Borges postula el lenguaje como cenit de la creación humana. El idioma (de)mostraría la capacidad creadora del hombre, reflejo del pasaje que se diera en un estrato superior en el instante atemporal en el que Alguien enunció: “Hágase la luz”.
Extraido de: Borges y la Cábala: La búsqueda del Verbo, Saúl Sosnowski (Pardés Ediciones, 1986)