Por Marcelo Birmajer, especial para Hebraica
Las elecciones nacionales celebradas en Israel esta pasada semana son la segunda compulsa electoral que atraviesa el Estado judío en menos de doce meses.
Ocurre que en el sistema parlamentario israelí la cantidad de votos que reciba un Primer ministro, aún alcanzándole para mantenerlo en el cargo, pueden no ser suficientes para formar gobierno. Además de que el comportamiento de los demás miembros de la coalición gobernante es decisivo para que el jefe de Estado pueda seguir su rumbo: si lo apoyan, persiste; pero si le mocionan un voto de desconfianza, se convoca a nuevas elecciones para su factible reemplazo. Esa es la disyuntiva en la que se encuentra Israel a este viernes 20 de septiembre, apenas horas antes del comienzo del shabat en Jerusalem: ambos principales contendientes, Benjamín Netanyahu, Primer Ministro; y Benny Gantz, la más votada figura de la oposición, representante del partido de centro Kajol Laván (Azul y Blanco), se mantienen en vilo sobre un virtual empate, con una levísima ventaja a favor del ex jefe de las IDF Gantz, pero no lo suficientemente significativa como para que pueda formar un gobierno de signo contrario al de Netanyahu, ni como para que éste pueda perseverar en el rumbo oficial. En un Israel que se encuentra en su mejor momento económico y de seguridad desde la creación del Estado en 1948, las alternativas propuestas al electorado por las fuerzas contendientes en el plano político parecen pivotear sobre tres factores: la relación con los árabes israelíes, el conflicto con los árabes palestinos de Gaza y Cisjordania, y la relación entre los israelíes judíos ortodoxos, y el resto de los judíos israelíes. En cuanto a la relación entre árabes israelíes y la mayoría judía israelí, el problema de que en estas elecciones las bancadas árabes se hayan posicionado, en total, como el tercer bloque más votado en la Knéset, no es que sean árabes, sino antisionistas. Es decir que, aunque participan en las elecciones y el parlamento de un Estado judío, no reconocen la existencia del mismo.
La campaña electoral de Netanyahu advirtiendo acerca del peligro de las facciones árabes, no se refiere a su identidad religiosa o étnica, sino a su posición política, ya que no aceptan la existencia del Estado judío. Sin embargo, aún con este éxito relativo, no ponen en peligro la naturaleza del estado hebreo: la mayoría de las fuerzas políticas están convencidas de mantener una identidad nacional judía.
Netanyahu no logra obtener una clara victoria en las elecciones porque ha cumplido un ciclo político e ideológico. Ha dedicado los últimos 50 años de su vida a mejorar el Estado de Israel, y lo ha logrado. Sus políticas en el ámbito de la seguridad y en el de la economía han sido de las más exitosas en el Estado judío. Es lógico que comience el final de su carrera; es propio de las democracias que eso suceda.
En cuanto a la relación con los árabes palestinos de Gaza y Cisjordania, se mantienen impasibles en su permanente declaración de guerra contra Israel y los judíos, gane quien gane las elecciones. Respecto a este conflicto puntual, en su campaña electoral, Benjamín Netanyahu propuso la anexión del Valle del Jordán, en Cisjordania.
Si los palestinos aceptaran la existencia de un Estado judío y se mostraran dispuestos a hacer la paz, lo más probable es que esa propuesta pudiera discutirse, aprobarse o rechazarse. Pero mientras continúen intentando exterminar a los judíos de Israel, la anexión representa solo una propuesta, discutible al calor de los acontecimientos. El plan de anexar el valle del Jordán no es nuevo, fue propuesto por Yigal Alón, uno de los líderes del laborismo israelí (fallecido en 1980), poco después de la Guerra de los seis días, en 1967. De modo que en este asunto parece haber consenso entre los laboristas de mediados de los años sesenta del siglo pasado, y los integrantes de la coalición gobernante actual, comenzando por el Primer Ministro. En cuanto a la relación entre los judíos ortodoxos israelíes y el resto de los judíos israelíes, parece haber triunfado en estas últimas elecciones nacionales un punto de vista judío laico, con respeto por las principales marcas de la identidad religiosa hebrea, pero a la vez proponiendo que todos los judíos de Israel, independientemente de su modo de vivir el judaísmo, participen de la defensa nacional y de las obligaciones respectivas a la manutención de un Estado moderno y democrático.