Por Marcelo Birmajer, especial para Hebraica.
El pasado jueves 23 de mayo, a partir de una iniciativa del diputado Waldo Wolf, participé, enhebrando unas palabras, del homenaje conmemorativo al periodista Pepe Eliaschev, declarado post mortem personalidad destacada de la Nación, por su compromiso y valores democráticos. Como nuestra propia Sociedad Hebraica Argentina demuestra, son muchos los casos en que integrantes de la comunidad judía argentina desempeñan un rol de relevancia en la vida cultural, científica, política o empresarial del país.
Y en ocasiones, ese desempeño, en algún tramo, esta directamente vinculado a la identidad judeo argentina. Tal el caso de Pepe cuando, heroicamente, le tocó ser el primero en denunciar el Memorándum con la República Islámica de Irán, que se tejía en secreto desde 2011.
Conocí a Pepe Eliaschev en la segunda mitad de los 2000. Lo acababan de echar de Radio Nacional. Me invitó para reportearme en uno de sus programas de televisión.
Fue una charla amable y sustanciosa. Nos cruzamos muchas veces más en distintos ámbitos. Y luego comenzamos a reunirnos regularmente, junto a otros amigos. Finalmente me invitó a participar como columnista en su histórico programa, Esto que pasa, los viernes por la noche. Un viernes como hoy, que estoy escribiendo estas líneas, vísperas del 25 de mayo y de shabat.
Nuestras posiciones se fueron acercando cada vez más. Cuando Pepe, en el 2011, sacó a la luz el germen del Memorándum entre Irán y Argentina, que retrasaba imperdonablemente la búsqueda de verdad en el caso de la masacre de la Amia, lo admiré a la distancia. Pero en el 2013 tuve la oportunidad de participar, entre cientos de personas, del acto por la distinción que le otorgaron en el Museo de la Shoá, y expresar en voz alta los sobrados motivos para destacar su valor y veracidad.
Pepe fue muy castigado por haber dicho esa verdad de puño, que el tiempo comprobaría con pelos y señales, pocos meses antes de que se hiciera pública. Se requería de altas dosis iguales de valor físico e intelectual para publicar en un diario semejante revelación. Ese coraje lo acompañó por el resto de su carrera. Su defensa de la democracia, tanto en Occidente como en Medio Oriente, en especial su defensa de Israel como única democracia de Medio Oriente, me hacía sentir muy cómodo cada vez que iniciábamos mi columna dialogando, poniéndonos al día, tanto de política nacional e internacional, como de canciones y cuentos. Como nuestros encuentros eran esporádicos, el prólogo a mi columna era el diálogo entre dos amigos que hablan una vez por semana. Era una ceremonia laica de Shabat. Lo extraño mucho. A Pepe no le gustaba que yo saliera al aire por mi celular. Además que de por sí se escucha mal; mi voz, que es de todo menos melodiosa, agravaba el efecto serrucho. Tres o cuatro veces me lo permitió, pero no lo convencía. La ruptura de mi teléfono fijo sucedió pocos meses después de que lo operaran. De modo que aproveché para, algunos viernes, concurrir en persona a la radio, y de paso vernos.
Yo sabía que su muerte ya era una posibilidad cercana; y si bien lo vi en su casa una vez, me alegraba subir la frecuencia de nuestros encuentros vivenciales. Fueron dos o tres viernes por la noche, pero cada uno valió. En una de esas noches nos emocionamos profundamente al aire. Los oyentes se emocionaron con nosotros, y se lo hicieron saber con mensajes. Sospecho que esa fue nuestra despedida, aunque nos hayamos visto otra vez.
Poco después, vino el electricista a mi oficina- porque la compañía telefónica no lo pudo arreglar-, y volví a tener línea fija. El primer llamado que recibí fue el de un amigo para avisarme que había muerto Pepe. No es un recurso literario, es lo que ocurrió. No dejo de pensar que la casualidad quiso que yo estuviera sin teléfono esos meses, y eso me permitió verlo personalmente en más ocasiones que si hubiera funcionado.
De todos modos lamento que ahora, que ya funciona, no podamos hablar. El pasado jueves, volví a hablarle, una vez más, delante del Secretario de Cultura de la Nación, de diversas personalidades, de su hijo Nicolás, de su nieta, y de su viuda Victoria, para decirle cuánto y cómo lo recordamos. Ayudó al país a recobrar su libertad y su dignidad. Defendimos juntos la democracia en Medio Oriente, que es la defensa de Israel. Le hubiera gustado saber que Eurovisión en Tel Aviv fue un éxito resonante. Que su legado sea perdurable.