Jánuca, fiesta de las luminarias

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Por Gerardo Mazur, especial para Hebraica

Primer movimiento de liberación nacional en la historia de la humanidad.

En el año 323 (A.E.C.), muerto Alejandro de Macedonia, el Imperio Griego se extiende.
Más territorio, más poder.
En el Medio Oriente, los gobernantes forzaron a nuestro pueblo, inclusive con
violencia, a adoptar las ideas y costumbres griegas. A dejar de ser judíos.
La mayoría del pueblo se resistió. No pudieron con ellos. Sin embargo, algunos
dirigentes colaboraron en introducir ideas paganas y practicarlas.
La situación cambió en el año 175 (A.E.C.) bajo el reinado de Antíoco de Siria. Fue
empleada la fuerza. Se comenzó a perseguir a los judíos que se negaran. Se profanó
el Templo. Se obligó a los judíos a inclinarse ante los ídolos griegos instalados en el
Templo, revirtiendo por la fuerza y el castigo la tradición milenaria de nuestro pueblo:
“Sólo te inclinarás ante Él”.
Estos actos malditos llevaron a organizar distintas formas de resistencia, sobre todo en
la pequeña ciudad de Modín. Pronto se les unió un grupo de judíos, encabezados por
Judas el Jashmoneo, llamado el Macabeo. No se iban a dejar. Ni hebreos, ni dormidos
iban a permitir semejante atropello a su sagrada identidad. Con armas que no eran
tales, aparentemente ridículas, palos, rastrillos, estos agricultores que amaban su
tierra, SU TIERRA, desplegaron un coraje enorme, junto a estrategias de
enfrentamiento inéditas en ese tiempo, guerra de guerrillas. Después de tremendos
años de lucha sin cesar, los hombres comandados por Judas Macabeo consiguieron
expulsar a los sirios.
En el año 165 (A.E.C.), tres años después del saqueo, recuperaron el Templo
abriéndolo nuevamente a las creencias y tradiciones del pueblo judío, de nuestro
pueblo.

El milagro del aceite
Cuando los Macabeos recuperaron el Templo, durante el registro, encontraron un
frasco de aceite intacto. Contenía una pequeña cantidad de aceite, que alcanzaba
para alumbrar sólo por un día, como máximo. Encendieron la lámpara, pero la luz no
se apagó al término del día.
Siguió alumbrando. Se mantuvo durante ocho días. Un milagro. Un verdadero milagro
que alumbró y alumbra a nuestro pueblo desde entonces.
Lo celebramos anualmente, durante ochos días, día tras día, comenzando el 25 de
Kislev.
La lucha por la liberación y el milagro del aceite, componen la maravillosa festividad de
JÁNUCA, LA FIESTA DE LAS LUMINARIAS.
Con relación al encendido de las luces de Jánuca, deben tomarse algunas
providencias. La menorá se compone de ocho velas y un “shamash” usado para
encender a cada una de las ocho.

Se comienza con la primer vela, en el extremo derecho, después de la salida de las
primeras estrellas y así, cada día, de derecha a izquierda. La menorá deberá ser
ubicada cerca de una ventana o una puerta. Es imprescindible que sea vista
claramente desde afuera. Que su luz “proclame el milagro”. Que sea una expansión
iluminada.
Jánuca simboliza la batalla “de los pocos contra los numerosos”; “de los débiles contra
los poderosos”; de la eterna lucha del pueblo judío por su fe y por su existencia.
Jánuca nos enseña:
– En cada lugar donde te encuentres, cuidá, defendé el Templo.
– La memoria es rebeldía.
Jánuca, la fiesta de las luminarias, encendidas para la eternidad, para cada judío en
Israel* o en cualquier lugar de la Tierra.

*En Israel, la sede de la Corte Suprema de Justicia se la llama “El Palacio de la Luz”

Mica Hersztenkraut es la Directora de Comunicaciones de Hebraica.

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