La Hagadá de Pesaj, una lectura milenaria

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Por Débora Szuchmacher

Es posible pensar la historia del pueblo judío como una historia de lecturas. Un recorrido milenario de textos, de los cuales algunos, como la Hagadá de Pesaj, son de los más populares y emblemáticos del corpus judío.

El Seder de Pesaj podría pensarse, en el marco de ese recorrido, como una escena de lectura, una escena festiva de lectura, colectiva y ancestral. Todos los años nos reunimos alrededor de la mesa del Seder, no solo para comer y cantar, sino fundamentalmente para “narrar”, para transmitir la “narración” en una escena de lectura particularmente relajada, en la que se intercalan copas de vino, comida, se la lee “recostado” y en la cual participan activamente los niños.

La “Narración de la Pascua”, tal como la tradujo el poeta Carlos Grünberg, es el himno a la libertad más antiguo que se conoce y es después de la Biblia, el libro más popular, más leído, más editado, más comentado y más traducido de la literatura judía. La conocemos en diferentes formatos, en diferentes idiomas, con ilustraciones, decoradas, comentadas, antiguas, reconstruídas, aggiornadas, interactivas, digitales, adaptadas para niños y hechas por ellos mismos.

Más allá del modo en que celebremos Pesaj y más allá del libro como objeto material, la Hagadá es más bien, un espacio mental de sentido, de memoria, de ética y de identidad, expresado a través de la Palabra, cuya esencia original, y escapando de la propia literalidad y del propio acto comunicativo, es el compromiso responsable con el otro.

El texto de la “narración” nos interpela, a nosotros y a nuestra humanidad y sensibilidad, respecto al opresor y al oprimido, al rico y al pobre, a víctimas y tiranos, a la esclavitud y a la libertad, a la justicia social y la dominación, a la dignidad y la humillación, y despierta nuestra más honda conciencia de ser-humano-judío.

No es una fórmula para repetir el ritual. Es más bien, y atentos a la tradición interpretativa del judaísmo, un texto con el que podemos dialogar, un texto del cual debemos apropiarnos para re-escribirlo y re-significarlo, y al mismo tiempo, entonces, tendrá la capacidad de transformarnos de algún modo. Cada año, a través de la lectura de la Hagadá – hecho que supone transformar la palabra en acto -, volvemos a vernos como si nosotros mismos hubiésemos salido de Egipto. Y con cada lectura y en el acto de “narrar la narración” a nuestros hijos, volvemos a entrar en el desierto: un espacio de libertad perturbadora que convoca a la reflexión, a la duda y a la creación.

En ese recorrido espiralado de diálogos entre textos que supone el tránsito por el desierto, y que supone además un modo de entender la historia del pueblo judío, llegamos siempre al mismo punto pero diferentes. Por eso, la Hagadá es siempre la misma y, al mismo tiempo, es otra cada vez.

 

Imagen de Hagadá Barcelona, manuscrito hebreo miniado, 1350. “Esclavos fuimos de Faraón en Egipto…”

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