Una exquisita muestra sobre Proust y la rama judía de su familia
Por Hinde Pomeraniec
Fuente: Infobae
El edificio es fabuloso, de esos que dan ganas de recorrer centímetro a centímetro, y queda en pleno centro de París, a unas cuadras del Centro Pompidou, por dar un dato. A unas cuadras de la Place des Vosges, por dar otro. Al ingresar, una escultura del capitán Alfred Dreyfus domina simbólicamente los jardines del Museo de Arte e Historia del Judaísmo (MAHJ), inaugurado en 1998 en el Hôtel de Saint-Aignan (construido entre 1644 y 1650). Se trata de una de las más espléndidas mansiones del barrio de Le Marais y fue cedida para ese fin por la Ciudad luego de una intensa gestión de Jacques Chirac, primero como alcalde y luego como presidente. La colección del museo comprende más de 12.000 obras y una gran cantidad de documentos de archivo. Pero hasta el 28 de agosto, alberga algo más: una exquisita muestra sobre la vida y la obra de Marcel Proust, vistas bajo el prisma de su origen judío, proveniente del ala materna de su familia.
Autor de una de las novelas más célebres de la historia de la literatura, una narración experimental en primera persona que trabaja sobre la idea de la memoria y el tiempo, cruce de crónica mundana, sátira y ensayo filosófico, Marcel Proust nació en 1871 (el año pasado se cumplieron 150 años) y este año se cumplen 100 años de su muerte. El escritor pertenecía a una familia rica y socialmente establecida y entre sus numerosos parientes había corredores de bolsa, abogados y banqueros. Su padre era el reconocido médico Adrien Proust y su madre, Jeanne Weil, era una mujer judía, miembro de una familia con raíces alemanas y muy buena conexión con la burguesía parisina, que nunca se convirtió al cristianismo. Se casaron en 1870. Una versión bastante fundada sostiene que el padre de Jeanne, Nathé, era masón y que conoció al padre de Adrien a través de esa organización y que por eso se conocieron los jóvenes. La pareja tuvo dos hijos, Marcel (1871) y Robert (1873), que fueron bautizados en la fe católica.
Uno de los mayores hallazgos de la muestra que puede verse en el museo judío de París es la figura de Baruch Weil (1780-1828), bisabuelo por parte de su madre, que nació en Alsacia y conquistó París como comerciante. Baruch fue además el moel (quien oficia las circuncisiones) de la primera sinagoga parisina en París, en la rue Notre-Dame de Nazareth, que por otra parte ayudó a financiar y construir en 1822. Fue vicepresidente del Comité Francés de Bienestar Judío. Se casó dos veces, tuvo trece hijos, fundó una exitosa fábrica de porcelanas en Fontainebleau y murió a los 48 años. Recibió la Legión de honor de manos del rey Carlos X.
La madre de Proust también era sobrina nieta de Adolphe Crémieux, destacado político y ex ministro de Justicia que permitió que los judíos de Argelia obtuvieran la ciudadanía francesa en 1870. También tenía un primo, Léonce Cohen, que era violinista y compositor aunque lamentablemente pasó la mayor parte internado en un hospicio.
Los besos de mamá
Al subir a acostarme, mi único consuelo era que mamá habría de venir a darme un beso cuando ya estuviera yo en la cama. Pero duraba tan poco aquella despedida y volvía mamá a marcharse tan pronto, que aquel momento en que la oía subir, cuando se sentía por el pasillo de doble puerta el leve roce de su traje de jardín, de muselina blanca con cordoncitos colgantes de paja trenzada, era para mí un momento doloroso. Porque anunciaba el instante que vendría después, cuando me dejara solo y volviera abajo. Y por eso llegué a desear que ese adiós con que yo estaba tan encariñado viniera lo más tarde posible y que se prolongara aquel espacio de tregua que precedía a la llegada de mamá.
(Fragmento de “Por el camino de Swann”, primer tomo de En busca del tiempo perdido)
El recorrido por la muestra del MAHJ permite advertir el particular tiempo que vivía la Francia del siglo XIX, cuando los judíos podían acceder a todos los ámbitos de la vida política, económica, social y cultural, pero también el momento en que esa singular característica se resquebraja y divide a la sociedad con el famoso Caso Dreyfus (que tuvo lugar entre 1894 y 1906) y la denuncia que hizo entonces el escritor naturalista Emile Zolá en su famoso alegato/ carta abierta Yo acuso. Un recordatorio del affaire en pocas líneas: en un proceso con pruebas falsas, Dreyfus, capitán del ejército francés, fue acusado de traición a la patria, condenado a prisión perpetua, a una humillante degradación y al destierro. Todo fue una gran farsa motivada por el antisemitismo: Dreyfus era inocente.
Si bien Proust era muy discreto sobre su judaísmo (como lo era sobre su homosexualidad, lo que no significa que negara ninguna de esas condiciones) y aunque no faltaron a lo largo de los años miradas críticas sobre el tratamiento estereotipado o prejuicioso de algunos de sus personajes, definitivamente fue pro Dreyfus, al igual que su madre. En esto ambos estuvieron enfrentados al padre y al hermano de Proust. De hecho, Marcel fue uno de los escritores que solicitaron un nuevo juicio para el militar acusado.
Lo que hoy llamaríamos el primer “escrache” de Proust como judío se produjo el 23 de febrero de 1898, cuando el editor del periódico antisemita La Libre Parole escribió: “¿Quiénes son todos estos intelectuales judíos –Tristan Bernard, Léon Blum, Marcel Proust– que se atreven a atacar a una personalidad como Maurice Barrès”?, un nacionalista que consideraba a Dreyfus un traidor.
La muestra del museo judío destaca el vínculo de Proust con su familia materna -hay varios cuadros genealógicos muy atractivos, así como imágenes de diferentes miembros de la familia-,y se centra además en temas como la vida social del autor, su participación en el caso Dreyfus que dividió familias y amistades y también su mirada sobre la figura del homosexual, de alguna manera considerado por la crítica como un alter ego de la figura del judío. La exposición también evoca el antisemitismo en la Francia de la época y la recepción de la obras de Proust en la revistas sionistas de la década de 1920.
Un dato para tener en cuenta: Francia alberga la tercera comunidad judía más grande del mundo, después de Israel y Estados Unidos. La presencia de judíos en ese país se remonta a más de 2000 años. Y una sugerencia, en caso de que tenga la posibilidad de visitar la exposición: no deje de pasar por la librería, no solo por los buenísimos materiales que pueden encontrarse sobre el tema, sino porque además todavía pueden verse allí frescos y pinturas originales de Rémy Vuibert.
Los personajes, la vida, la literatura
Proust padeció asma a lo largo de su vida y, siendo un niño de salud frágil, pasaba larguísimas vacaciones en la costa o en el pueblo de Illiers, en el centro norte de Francia. Muy temprano se sintió atraído por los salones de los aristócratas, donde sería recibido a partir de diversos “talentos”: su encanto personal, sus buenos modales y la riqueza de su familia. En ese entorno conoció a artistas, autores y personajes del mundo de las finanzas, muchos de los cuales serían más tarde la inspiración de los personajes de sus obras.
El más importante de todos ellos es sin dudas Charles Swann, su famoso protagonista judío que se enamoró de una prostituta y que probablemente esté basado en Charles Haas, un rico coleccionista de arte judío y miembro de la alta sociedad. El decadente Barón de Charlus está basado en el aristócrata Robert Montesquiou, amigo de Proust y abiertamente gay.
En la muestra hay en exhibición 230 objetos que buscan resaltar -con mayor y menor éxito- ese costado cultural y social de Proust no siempre recordado y, en algunos casos, utilizado para denigrarlo. Bajo la curaduría de Isabelle Cahn y el asesoramiento del experto Antoine Compagnon -profesor en el College de France, miembro de la Academia Francesa y autor del reciente libro sobre este tema, Proust du côté Juif– el museo judío logró reunir no solo fotografías, manuscritos y pruebas de En busca del tiempo perdido sino también dibujos, grabados y pinturas de Claude Monet, Auguste Rodin, Eugene Boudin y Edouard Vuillard que acompañan e ilustran diferentes momentos de la biografía y de la célebre obra del escritor francés.
También pueden verse documentos menos conocidos, como el registro policial de una redada de homosexuales en el que puede leerse el nombre de Proust entre los detenidos y el original de una carta que el escritor le envió a su amigo y mentor literario, el poeta simbolista Montesquieu (no solo modelo de Charlus sino también del Jean des Esseintes de Al revés, de Joris-Karl Huysmans) luego de un episodio público en el cual el aristócrata y mecenas hizo comentarios antisemitas. La nota dice así:
Querido señor:
Si no le respondí ayer a lo que usted me preguntó acerca de los judíos, es por una simple razón: si bien soy católico, como mi padre y mi hermano, por el contrario mi madre es judía. Comprenderá que se trata de una razón suficientemente poderosa para mí como para abstenerme de tomar parte en esta clase de discusión. Pensé que era más respetuoso escribirle que responderle de viva voz delante de otro interlocutor.
En la muestra del Museo judío de París hay un espacio reservado a la obra del inglés John Ruskin, gracias a quien Proust -merced a su admiración por su pensamiento sofisticado y su estética- descubrió Venecia, ciudad que visitó con su madre, quien también lo ayudó a traducir la obra del autor al francés. Su amor por la ciudad también se expresa en su gusto por el pintor James Whistler (quien por otra parte era amigo de Montesquieu).
Una de estas pinturas de Whistler, Sinfonía en blanco, podría haber sido la inspiración para el nombre de Swann. “Hacia el final de su vida, Proust escribió que quería que el nombre de su héroe sonara inglés y que estuviera ligado al color blanco, por lo que Swann (cisne, en español) le pareció correcto”, le dijo la curadora Cahn al diario israelí Haaretz. En cuanto a quién o quiénes fueron los personajes que sirvieron de inspiración para Swann (la búsqueda de correlación real de los personajes de La Recherche es tradicionalmente uno de los juegos favoritos de críticos e investigadores), Cahn no duda al señalar al financista Charles Haas -quien aparece en una pintura de James Tissot, Le Cercle de la rue Royale-, aunque también se habría basado en su tío Louis Weil, hermano de su abuelo Nathé, que vivía en una casa grande en el barrio de Auteuil, la casa donde nació Proust. Según la curadora, Louis Weil amaba a las mujeres y, como Swann, gastó una fortuna en cortejarlas.
Consultado por el mismo diario acerca del modo en que Proust se vinculaba con su origen judío y con su condición de homosexual, el experto Compagnon fue asertivo. “Él no ocultó nada. En los círculos aristocráticos del barrio de Saint-Germain, donde pasaba su tiempo, y entre la burguesía y los ricos empresarios del barrio de Monceau, todo el mundo sabía que era medio judío y gay, pero nadie le daba mucha importancia. Sus amoríos con el compositor Reynaldo Hahn, con Lucien Daudet (hijo del novelista Alphonse Daudet), y con su chofer Alfred Agostinelli eran por todos conocidos”.
La madre de Proust murió en septiembre de 1905. El escritor trabajó en En busca del tiempo perdido desde 1906 hasta unos días antes de su muerte en 1922. Mientras vivía en su apartamento del Boulevard Haussmann, solía escribir entre paredes revestidas de corcho para que no le molestara el ruido de la calle. Dormía de día y trabajaba de noche. Los siete volúmenes, no escritos en orden cronológico, salieron entre 1913 y 1927. Murió a los 51 años el 18 de noviembre de 1922 en el 44 de la Rue de l’Amiral Hamelin en París, su último apartamento.
El primer volumen, “Por el camino de Swann”, fue publicado en 1913 por la editorial Grasset, aunque fue una edición pagada por el autor. La Primera Guerra Mundial retrasó la publicación del segundo tomo hasta 1919, y esta vez el libro fue publicado por Gallimard, que se convirtió en la editorial habitual de Proust. Antes de su muerte logró completar los volúmenes finales “La prisionera”, “La fugitiva” y “El tiempo Recuperado”. Su fiel doncella, Céleste Albaret, lo cuidó devotamente durante los últimos años de su vida
¿Se lee el judaísmo de Proust en su obra?
Para finalizar, qué mejor que consultar a un experto en la obra del autor que junto con James Joyce, Virginia Woolf y Robert Musil integra la serie que dio inicio a la modernidad en el género novela. Infobae le preguntó a Walter Romero, docente universitario y especialista en literatura francesa, autor del libro Formas de leer a Proust. Una introducción a En busca del tiempo perdido (Malba) si era posible encontrar la huella judía en la obra maestra del francés. Esto respondió:
Muchos críticos hablan de esta idea casi borgiana de los dos linajes de Proust, el linaje católico del padre y la condición de filiación judía que viene de la madre y que, de alguna manera, funda esta idea dicotómica de La Recherche de los dos costados, el costado de Swann y el costado de Guermantes como los dos lugares que finalmente se van a encontrar, hay un punto de unión de esas dos tradiciones que va a mamar de chico. Por otra parte, hay muchas instancias donde podemos reconocer la herencia judía. Hay críticos que directamente sostienen que, más allá de lo que se dice de Proust como autor filosófico o cronista de lo mundano, es un autor cómico, y hay algo muy sutil, muy refinado, que tiene que ver con el chiste judío, la réplica judía que aparece en esta descripción del mundo de la burguesía y la aristocracia. Creo que ahí hay algo de la ironía muy sutil que está en los chistes judíos y hay, también, una tradición de postergación del remate, del final. Como si La Recherche fuera una novela de espera, siempre postergada. Si la novela se abre con la espera de un beso de la madre y esa espera va a llevar sus páginas, la novela toda es una larga espera hasta la asunción de la vocación artística del protagonista en el último tomo y ese final postergado está en la tradición, en el Libro de Job, está en Kafka y creo que llega en algún punto a Proust. Por otra parte, hay algo muy importante de lo judío como otra de las grandes diásporas que va a minar todo el mundo que él describe. Por un lado, de a poco te das cuenta que todos los personajes están basados prácticamente en el concepto de lo sexual o la sexualidad, esas sexualidades manifiestas u ocultas que marcan nuestros contratos sociales y “libidinales” y la novela puede ser leída en ese sentido. Pero si bien está esa diáspora de los homosexuales y bisexuales, la otra diáspora que está minando todo es la diáspora judía y esto va a ser fundamental en un momento del relato que es el Affaire Dreyfus, que por otra parte es algo muy personal del propio Proust, que era amigo de la familia de Dreyfus (había sido compañero del hermano). Y todas las páginas que esto ocupa es el espacio en el que él va posicionando las hipocresías sociales, todos los racismos de una sociedad que va a tomar ese hecho como determinante y él lo aprovecha de manera novelesca, hace una suerte de vampirismo y lo lleva al relato de una manera maravillosa.