Por Alejandro Dujovne
Pocas visitas culturales, y ciertamente ninguna otra científica, concitaron la atención y despertaron la imaginación de la opinión pública argentina como la que realizó Albert Einstein (1879-1955) a inicios de 1925. Así lo atestigua el semanario en castellano Mundo Israelita en una nota publicada poco antes de su llegada:
«La visita a la Argentina del hombre más genial de nuestro tiempo, según la expresión de Brandes, constituye un acontecimiento de extraordinaria importancia, y cuanto se diga al respecto no será nunca una exageración” (Mundo israelita –en adelante MI–, 7/3/1925).
Y en efecto, no se trataba de una exageración. Al arribar el 25 de marzo de 1925 al puerto de Buenos Aires, hacía ya algunos años que su teoría, más enunciada que explicada, y su nombre, convertido en sinónimo de inteligencia y sabiduría, habían dejado atrás las inexpugnables fronteras de la física y la matemática para circular en periódicos y revistas populares.
La invitación, financiamiento y organización de la visita del físico al país fue resultado de la concurrencia de distintos sectores: una fracción de la comunidad judía local, las autoridades de la Universidad de Buenos Aires y, en menor medida, una organización de la comunidad alemana en Argentina. Si bien todos coincidían en la importancia histórica de la figura de Einstein, cada uno destacaba aspectos particulares de su biografía, pensamiento o producción científica. En estas páginas me interesa detenerme en el papel jugado por la comunidad judía y en las implicancias que tuvo la visita en su interior, a partir del punto de vista de la fracción que impulsó, organizó y financió gran parte del viaje y la estadía del físico.
La visita de Einstein se organizó en un programa formal de doce conferencias sobre temas científicos en ámbitos académicos, a las que se añadieron algunas otras presentaciones sobre otros temas en otros ámbitos. Los periódicos y revistas nacionales que cubrieron su viaje concentraron su atención en el plano científico, en su inteligencia superlativa, en su imagen afable y en su actividad diaria. Pero una visita distinta emerge a la luz de la comunidad judía: periódicos, revistas, instituciones, corrientes políticas y referentes judíos colocaron en un lejano segundo plano a la dimensión científica. Antes que su aporte decisivo a la ciencia, o las repercusiones filosóficas de sus postulados, en las notas de periódicos de la colectividad aparecía un Einstein comprometido con el destino del pueblo judío. Ahora bien, ¿qué significaban exactamente esta referencia identitaria y este compromiso? ¿Qué representaba Einstein para la comunidad judía de Buenos Aires? ¿Se trataba de una única imagen compartida por todos los sectores?
Einstein judío
Albert Einstein nació en el seno de una familia judía que, al igual que gran parte de los judíos alemanes del período, había buscado y en alguna medida logrado la asimilación a la cultura y la sociedad alemanas. El judaísmo no parece haber guardado un lugar significativo en los intereses y preocupaciones públicas de Einstein hasta 1919-1920, cuando, de regreso en Alemania tras un largo período en Suiza, se enfrentó a diversas circunstancias. Por una parte, observó con pesar el modo en que sus teorías eran vehementemente rechazadas por un amplio e influyente sector de la comunidad científica alemana en virtud de su origen judío. Con igual dolor, advirtió el creciente antisemitismo en las universidades alemanas, particularmente hacia los estudiantes judíos de Europa oriental (Einstein, 1931: 38-40). Este clima adverso se tornó aún más preocupante con el asesinato, en 1922, del ministro de Relaciones Exteriores de la República de Weimar, el empresario judío Walter Rathenau, a manos de una banda nacionalista que, se decía, había incluido a Einstein entre sus próximos blancos. Frente a estas experiencias, el físico tomó una activa y cada vez más definida posición publica acerca de lo judío, que expresó en escritos, conferencias, entrevistas y adhesiones políticas.
Por otra parte, Einstein adoptó una postura fuertemente crítica con la actitud “asimilacionista” que caracterizaba a buena parte del judaísmo alemán y que muy bien podría haber definido a su propia familia. Por contraste con los judíos de Europa oriental, quienes, en parte debido al clima político hostil en el que vivían, sostenían una idea nacional y resguardaban un modo de pensar claramente diferenciado, desde su punto de vista los judíos alemanes poseían una “mentalidad de esclavo” y carecían de dignidad y autorrespeto como judíos. El modo de enfrentar el cada vez más pronunciado antisemitismo alemán no era, según su modo de ver, el “asimilacionismo”, sino la afirmación nacional, cuya expresión era para él el sionismo. Sin embargo, no adhería de igual modo a todos los postulados que enarbolaba la Organización Sionista, cuyo propósito principal era alcanzar el reconocimiento internacional del Estado judío y promover la inmigración y colonización judía de Palestina. Sin oponerse a estos objetivos, Einstein se encontraba más cerca del sionismo cultural de Ajad Haam y Martín Buber, para quienes un Estado judío serviría no como hogar de todos los judíos del mundo, sino como centro espiritual y moral de la diáspora judía, como fuerza que contribuiría a sostener una identidad basada en lazos de solidaridad y en un horizonte común.
Esa afirmación nacional no implicaba, sin embargo, renegar de sus creencias universalistas y cosmopolitas. En distintas oportunidades, Einstein subrayó que su visión cultural del sionismo y la particular situación de los judíos en distintas partes del mundo distaban de la clase de nacionalismo “intenso y quizá exagerado” que regía en Europa. En consonancia con esta posición, su compromiso más activo con el sionismo durante esta etapa estuvo ligado a la fundación de un centro académico en Palestina, la Universidad Hebrea de Jerusalén, fundada oficialmente el 1 de abril de 1925, cuando Einstein se encontraba en la Argentina. Además de contarse entre los prestigiosos nombres que apoyaron la creación de esta universidad –como Sigmund Freud y Martin Buber–, Einstein participó de una delegación sionista que visitó Estados Unidos en 1921 con el objeto de recaudar fondos para la institución.
Pese a su difusión, las opiniones y acciones de Einstein en torno a lo judío no eran demasiado conocidas por la opinión pública argentina al momento de su arribo. Durante los primeros años de la década de 1920, los periódicos y revistas locales se hacían eco de los aplausos, de las discusiones o de los intentos de hacer comprensibles sus teorías científicas, destacaban su afabilidad y su sencillo modo de vestir, extraños para la representación más extendida del científico, insistían en su incomparable inteligencia y, de tanto en tanto, destacaban algunas de sus opiniones políticas, donde no siempre lo judío ocupaba el primer plano. Por contraste, las publicaciones periódicas judías de Buenos Aires, sin dejar de exaltar en ningún momento la inteligencia y sabiduría de Einstein, informaban con regularidad (y con los matices e interpretaciones propios de cada publicación) sobre las opiniones que vertía en conferencias o artículos publicados en Europa sobre algún tópico judío. Así, si bien su fama mundial resultaba condición excluyente para considerar su invitación al país, fue su preocupación por la situación de los judíos europeos lo que motivó a un sector de la comunidad judía de Buenos Aires a invertir tiempo y movilizar recursos en pos de su visita.
La unanimidad con que la prensa judía destacaba el costado hebreo de Einstein contrastaba, sin embargo, con las discrepancias acerca de sus adhesiones y convicciones en torno a lo judío. Pero son precisamente estas desavenencias, por momentos muy apasionadas, las que permiten explorar las razones que motivaron la invitación, las disputas por capitalizar la presencia del físico, así como las referencias y ejes que organizaban la vida judía porteña en aquellos años. Pero antes de avanzar sobre las disputas dentro de la comunidad judía en torno a la figura de Einstein, cabe recorrer los pasos que condujeron a la visita e indagar acerca de la institución y los hombres que estuvieron tras esta empresa.
La Asociación Hebraica y los pasos de la invitación
A fines de 1923, poco tiempo después de su fundación, la Asociación Hebraica comenzó a explorar la posibilidad de concretar una visita de Einstein a la Argentina. Si bien la Universidad de Buenos Aires había realizado un intento un año antes, fue a partir de esta nueva iniciativa que el viaje finalmente pudo llevarse a cabo.
Las páginas de Mundo Israelita proporcionan un punto de vista clave para seguir de cerca los pasos que condujeron al arribo de Einstein al país, así como sus contactos y visitas a instituciones judías. Pero también ofrecen un acceso único a las opiniones de los activistas e intelectuales nucleados en la Asociación Hebraica que propiciaron su visita. Eso se debe a que el periódico no fue un observador imparcial de la realidad judía argentina: desde su fundación en 1923 hasta por lo menos fines de la década de 1930, estuvo estrechamente ligado a la Asociación Hebraica y a su sucesora, la Sociedad Hebraica Argentina. De hecho, los nombres de quienes impulsaron la creación de ambas iniciativas y de quienes las condujeron se repiten y durante los primeros años institución y periódico compartieron un mismo domicilio.
La invitación a Einstein comenzó a tomar forma en octubre de 1923 con la designación de una comisión especial compuesta por Mauricio Nirenstein, Max Glücksmann e Isaac Starkmeth y el envío de un telegrama al físico. Aún antes de obtener una respuesta de Einstein, el periódico informaba que a dos días de puesta en funcionamiento las comisiones se obtuvieron “las siguientes donaciones: Max Glücksmann, $1000; Alfredo Hirsch, $1000; Jacobi, $500; Marx, $500; Luciano Metzger, $500; Adolfo Gutman, $500.”, lo que, señalaba, constituía “(l)a prueba más evidente de que la iniciativa tiene probabilidades de ser llevada a la práctica” (MI, 6/10/1923).
Pensar y, fundamentalmente, concretar la visita y estadía durante un mes de quien era considerado el científico más importante del planeta, exigía contar con una serie de recursos sociales, culturales y económicos, que no estaban a disposición de cualquier organización, dentro o fuera de la comunidad judía. Algunas breves referencias biográficas bastan para demostrarlo. Mauricio Nirenstein (nacido en Egipto), presidente de la Asociación Hebraica durante los primeros meses de su existencia, era un abogado de reconocida tarea en la Universidad de Buenos Aires, tanto en su calidad de secretario como de profesor, al frente de los cursos de Economía Política en la Facultad de Ciencias Económicas y de Literatura Castellana y Literatura de Europa Septentrional en la Facultad de Filosofía y Letras. Su doble papel como miembro de la Asociación Hebraica y funcionario y docente de la Universidad fue fundamental para articular ambas instancias. Isaac Starkmeth (nacido en el Imperio Ruso) ocupó el cargo de presidente de la Asociación entre 1923 y 1924, luego de Nirenstein, y era el Director General en Buenos Aires de la Jewish Colonization Association. Por su parte, Max Glücksmann (de origen rumano) era un importante empresario, pionero de las industrias del cine y la música en el país. Por ese entonces era presidente de la primera (y elitista) institución judía del país, la Congregación Israelita de la República Argentina, e integraba la primera Comisión Directiva de Mundo Israelita. Por último, Alfredo Hirsch (nacido en Alemania) fue una pieza clave en la dirección, diversificación y expansión regional de las operaciones de la poderosa firma cerealera Bunge & Born.
Luego de una primera invitación de la Universidad de Buenos Aires en 1922, que Einstein había declinado (Gangui y Ortiz, 2005), el físico solicitó a sus interlocutores de la Asociación Hebraica que gestionasen una nueva invitación de la Universidad. El 21 de diciembre de 1922, la dirección de la institución judía elevó entonces una nota al rector, José Arce, donde explicaba que la Asociación se había comprometido a otorgar 4 mil dólares de honorarios a Einstein y el pago de los pasajes y que, en vistas de la participación de la Universidad, le entregaba a esta un cheque por 1500 dólares para que completara el aporte. Además, sugería no demorar la concreción de la invitación para esperar la confirmación del aporte de otras universidades del país posiblemente interesadas. Tras informar que en octubre de ese año ya se había votado la resolución de invitar a Einstein a dictar conferencias, la Universidad se comprometió rápidamente a establecer un fondo de 2500 dólares que, sumado al aporte de la Asociación Hebraica, permitía alcanzar los 4 mil dólares. Pese a no depender de su aporte, se mantuvo la invitación a otras universidades a participar con una suma que aumentara los honorarios de Einstein. De cualquier modo, la nota señalaba que “El señor rector hizo notar que tenía conocimiento de que el doctor Einstein no hacía absolutamente ninguna cuestión de dinero”. Pero en diciembre de 1923, Einstein envió una misiva a la Asociación Hebraica para informar que, por razones de índole científica, no podía cumplir el viaje en 1924. Solicitaba allí mismo a las autoridades de esta institución y de la Universidad que consideraran sostener la iniciativa para un momento cercano y él se comprometía a no aceptar otra invitación antes que la de la Argentina (MI, 28/3/1925).
La invitación contó también con el interés y el respaldo material de la Institución Cultural Argentino-Germana. Esta asociación aportó 1500 pesos, que se sumaron a la contribución de 4500 pesos de las Universidades de Córdoba, La Plata y Tucumán, y que sumaron 2 mil dólares más de lo inicialmente previsto. Además de su papel en el financiamiento de la visita, el caso de esta institución reviste importancia en relación a las tensiones y desacuerdos que podía despertar la figura de Einstein. El físico se convirtió en un vector en el que se proyectaron las diferencias ideológicas existentes. El ala académica de la comunidad alemana debió enfrentar la negativa de un amplio sector que guardaba una visión nacionalista de derecha. Según este sector, no había lugar para Einstein, o si lo había, era en calidad de traidor: el físico no solo había adoptado la nacionalidad suiza y era judío, sino que, además, aborrecía públicamente del nacionalismo reaccionario presente en la cultura alemana y había osado firmar en 1914 un manifiesto contra la guerra junto a otros tres científicos, conocido como “Contramanifiesto” por su oposición al documento firmado por 93 intelectuales que avalaban la deriva militarista alemana y justificaban la invasión a Bélgica. El rechazo a su figura encontró un nuevo argumento con la publicación en el diario La Prensa, un día antes de su arribo, del artículo “Pan-Europa”, en el que Einstein abogaba por una unidad europea que trascendiera los rígidos nacionalismos. Así, a diferencia de la entusiasta recepción por parte de la comunidad judía, la alemana no le ofreció ninguna acogida especial. De hecho, muy pocos miembros de esta comunidad participaron del agasajo que realizó el embajador alemán en el país en honor a Einstein durante el último tramo de la visita. (Tolmasquim, 2012: 126)
Por otro lado, cabe destacar que la acción de la Asociación Hebraica fue más allá de la promoción inicial de la invitación y de la contribución financiera. Algunas semanas antes del arribo, el Consejo Directivo de la institución formó una nueva comisión que se encargaría de todo lo relacionado con la estadía del físico. Entre los integrantes se encontraba Mauricio Nirenstein quien actuó como compañía y guía cotidiana de Einstein en Buenos Aires, desde su llegada al puerto de Montevideo antes del arribo a la Argentina, hasta sus últimos días en la capital del país.
La Asociación Hebraica había decidido asumir un papel excluyente en la organización de la llegada y estadía de Einstein y, si bien podía convocar a otras instituciones de la colectividad para colaborar, sus autoridades no estaban dispuestas a que otro sector pusiera en duda su papel o capitalizara para sí la presencia del científico. A dos años de su fundación, la Asociación buscaba mostrarse y afianzarse, a través de su gestión, en el centro de la vida cultural judía porteña. Pocos días antes del arribo, Mundo Israelita sostenía:
Una sola excepción ha hecho el sabio en lo que se refiere a su actuación fuera de los centros científicos, y esa excepción es para la Hebraica. (…) esa sola actitud prueba de la manera más patente que quien consiguió su venida a la Argentina es la Hebraica, pese a la duda interesada de cierta prensa israelita (MI, 14/3/1925).
Con todo, Einstein no ciñó sus relaciones con la comunidad judía a esta institución, sino que, entre las actividades que desarrolló de manera paralela al programa formal de conferencias, se destacan las visitas a distintas instituciones judías y reuniones con referentes de esta colectividad: Einstein recorrió el Asilo Argentino de Huérfanas Israelitas, fue invitado a visitar la comunidad judía marroquí, visitó el Hospital Israelita, participó de la celebración de la inauguración de la Universidad Hebrea de Jerusalén, mantuvo un encuentro con parte del liderazgo sionista local, con dos representantes de periódicos judíos y con un emisario sionista extranjero, visitó la Federación Sionista Argentina, la redacción de uno de los periódicos idish, dictó una conferencia sobre temática judía en el acto homenaje organizado por el comité de recepción y sostuvo encuentros con diferentes activistas comunitarios.
Einstein en disputa
Las disputas por la apropiación de las opiniones y la figura de Einstein por parte de la comunidad judía se explican en parte a partir de los enfrentamientos que atravesaban la comunidad judía de Buenos Aires en ese momento. Pese a la arraigada imagen externa de unidad, lo cierto es que a lo largo del siglo XX la comunidad judía se caracterizó por intensos combates ideológicos, políticos, étnicos, idiomáticos, culturales y sociales. Dentro de esta larga cadena de confrontaciones, la década de 1920 constituyó una etapa especialmente rica. A la par de las expresiones políticas y culturales de habla castellana, gracias a la significativa afluencia de inmigrantes judíos polacos iniciada tras el fin de la guerra, se afianzaron las distintas vertientes políticas judías, creció la prensa en idish y se multiplicaron los centros culturales y bibliotecas en esta lengua. La década de 1920 presentaba un escenario abierto, donde pareciera que todas las expresiones políticas y culturales tenían iguales chances de imponerse o al menos de coexistir. Por contraste, en la década de 1930, el ascenso del nazismo en Alemania y la irrupción del antisemitismo en la escena pública argentina socavaron los fundamentos de la versión más optimista del discurso integracionista liberal y contribuyeron al fortalecimiento del discurso sionista. Luego, con el Holocausto primero y con la creación del Estado de Israel después, el sionismo lograría afirmarse como la fuerza ideológica dominante en la vida institucional judía argentina, desplazando del centro institucional y discursivo a otras vertientes como el bundismo y la fracción comunista judía.
En el caso del universo cultural en torno a la Asociación Hebraica, la visita de Einstein ganó sentido a la luz de, por un lado, su voluntad de legitimar la presencia judía en el país frente a la sociedad argentina, en especial frente a la élite cultural, y, por otro, de su deseo de conquistar una mayor centralidad en el ámbito comunitario. Acorde con su visión, el judaísmo de Einstein era presentado en clave universalista, cosmopolita y liberal. A inicios de abril de 1925, con Einstein ya en Buenos Aires, Mundo Israelita señalaba, en un artículo titulado “Einstein y sus intérpretes”:
«De la posición de Einstein en la política universal y en el judaísmo se conocen algunos aspectos fundamentales, los que han servido a los interesados para atribuirle las más opuestas tendencias. (…) lo que se sabe y no es poco, de las ideas generales de Einstein, es lo siguiente: es pacifista e internacionalista, y profesa el liberalismo en la más amplia acepción de este término. Cada uno de sus actos de “ciudadano del mundo” concuerda con estas convicciones, y ello explica su contramanifiesto de exhortación a la fraternidad y su llamamiento a la cooperación internacional de la inteligencia» (MI, 4/4/1925).
La misma nota resaltaba su compromiso con lo judío, pero lo hacía despojándolo de su inclinación sionista: “abrazó la causa de sus hermanos de raza sin preocuparse de confeccionar un programa previo” (MI, 4/4/1925). De cualquier modo, pese a la decisión de resaltar la identidad judía de Einstein, esto no resultaba sencillo, dado que ni los intelectuales, ni los científicos, ni la prensa argentina parecían estar dispuestos a enfatizar esta conexión todo lo que los promotores de la visita deseaban, como lo manifestaba un artículo titulado “Einstein y su pueblo”:
«De todos los discursos que se han pronunciado con motivo de la recepción a Einstein, el único en que se hizo alusión a la raza del sabio es el que leyó el decano de la Facultad de Filosofía y Letras. El doctor Alberini tuvo palabras de elogio para los judíos e hizo honor a nuestro pueblo, cuando, al referirse al origen del sabio, dijo que pertenecía y se preocupaba por la raza genial y sufrida. La noble actitud del decano de Filosofía, no constituye solamente un acto de amistad, que nosotros apreciamos en su justo valor, sino también un gesto de reparación. Porque, con ocasión de la visita del eminente físico, todos parecen haberse olvidado de la existencia de los judíos en el mundo, aun cuando muchos de los olvidadizos no cesan de recordarlo en toda circunstancia en que pueden humillarlos» (MI, 18-4-25)
La escasez de referencias explícitas a la identificación y a las opiniones de Einstein acerca de lo judío –siempre de acuerdo a las expectativas de este sector– se veía ampliamente compensada por la insistencia con que distintos grupos de la comunidad judía trabajaban por apropiarse de la presencia e ideas del físico y, de un modo más o menos directo, por cuestionar la visión cultural y política promovida desde la Asociación Hebraica. Una de las críticas que esta institución vio resurgir durante la estadía de Einstein fue la que la acusaba de “asimilacionista”, aprovechando la reprobación del físico a un amplio sector del judaísmo alemán. Esta acusación resultaba especialmente delicada, pues convertía a algunos de sus pilares ideológicos –la afirmación del castellano como la lengua de los judíos argentinos, el propósito de vincularse con la alta cultura argentina no judía y su distancia del nacionalismo en clave sionista– en pasos que conducirían a la disolución del judaísmo. Atento a esto, Mundo Israelita tomaba distancia en distintas notas de cualquier analogía con esta caracterización, señalando a los “asimilacionistas” alemanes como “judíos vergonzantes”, de cuyas filas provenía “el principal aporte de los conversos” (MI, 28/3/1925). Del mismo modo, Sansón Rascovsky, vicepresidente de la AH, abría la conferencia de Einstein sobre la situación de los judíos en el Teatro Capitol, dictada hacia el final de su visita, reafirmando la posición de la institución dentro y fuera del mundo judío y tomando distancia de la acusación de “asimilacionismo”:
«La AH, cuya ideología concuerda esencialmente con el modo de pensar de Einstein sobre el problema judío y su solución, afirma nuevamente, con la presencia en su tribuna del eminente sabio, el papel que se ha asignado dentro de la colectividad. (…) al difundir y propiciar la cultura hebrea, mantiene vivo el espíritu judío y despierta aquella parte latente y adormilada del sentimiento de la raza imperecedera, aniquilando de tal modo toda tendencia asimiladora, que rebaja la dignidad y es signo de debilidad y de renunciamiento vergonzoso» (MI, 25/4/1925).
Entre los frentes de batalla abiertos por la apropiación de Einstein, el más ríspido fue el que opuso a la constelación hebraica al sionismo. Einstein, aun con diferencias, adhería públicamente al sionismo y los sionistas no estaban dispuestos a dejar pasar tal oportunidad de fortalecer su posición. Es preciso señalar, además, que marzo y abril de 1925 fueron meses especialmente importantes para el sionismo tanto en el plano local como en el internacional. A la par de la visita de Einstein, en ese período en Buenos Aires la comunidad judía recibió aun importante representante sionista, el Dr. Bensión Mossensohn, quien, casualmente, había sido parte de la pequeña delegación sionista que integró Einstein y que viajó a Estados Unidos en 1921. La visita y las conferencias de Mossensohn contaron con una exhaustiva cobertura en la prensa judía de Buenos Aires. Asimismo, el 1 de abril, se produjo la apertura de la Universidad Hebrea de Jerusalén, proyecto que tenía en Einstein a uno de sus más reconocidos entusiastas. De hecho, los tres acontecimientos confluyeron para dar mayor visibilidad al sionismo: durante su estadía, el físico, además de visitar la Federación Sionista, mantuvo un encuentro con un puñado de líderes sionistas locales, y asistió al acto de celebración de la inauguración de la Universidad Hebrea organizado por la Federación Sionista Argentina, en el que, pese a haberse opuesto inicialmente, hizo uso de la palabra, seguido por Alfredo Palacios y por Mossensohn.
Al momento de calificar el pensamiento de Einstein, los redactores de Mundo Israelita optaron, bien por subrayar que lo importante era que se trataba de un buen judío que amaba a su pueblo, sin precisar su posición ideológica, o bien por matizar de algún modo su filiación resaltando las diferencias con el programa seguido por la Federación Sionista Argentina.
Tan preocupante como la identificación de Einstein con el sionismo resultaba que así lo mostraran los sionistas a la opinión pública argentina: “lo hacen aparecer preocupado exclusivamente del sionismo y como si juzgara al país y a todas sus instituciones a través de las relaciones que existen entre ellos y la colectividad judía” (MI, 4/4/1925). Para la constelación hebraica, Einstein constituía un emblema de sus propias aspiraciones frente a la sociedad general y la reducción de Einstein al sionismo ponía en riesgo toda su iniciativa. Pero esta identificación de Einstein con el sionismo no partía únicamente de las proclamas de los activistas sionistas: fue el propio físico quien en distintas oportunidades se encargó de reafirmar su adhesión a esta causa y si Mundo Israelita pretendía seguir de cerca sus actividades y palabras, no podía silenciar esas opiniones. Ese fue el caso de la conferencia “Algunas reflexiones sobre la cuestión judía”, que Einstein ofreció en el acto de homenaje realizado por la comunidad judía pocos días antes de su partida. Allí, como parte de una argumentación más extensa sobre la historia judía moderna europea y sobre los problemas que debían enfrentar los judíos europeos hacia la tercera década del siglo XX, Einstein señalaba:
«En lugar de la vieja unidad que suponía la comunidad, en vez del quebrantado lazo religioso, es menester crear una nueva base para nuestra unidad nacional. (…) La renovación nacional que ha traído el sionismo es de la mayor importancia para la conservación del judaísmo: La nueva generación ya se ha dignificado: la juventud israelita posee ya su ambiente propio. No debe mendigar ni estar cabizbaja delante de puertas extrañas. (…) La centralización sionista de nuestro pueblo en Palestina renovará esa tradición cultural. Nos hallamos todavía en el comienzo de la restauración del antiguo espíritu judío. La Universidad Hebrea representa el primer paso en el cambio que debemos seguir para ser dignos de nuestro glorioso pasado» (MI, 25/4/1925).
Sin embargo, el énfasis en la oposición entre el sector integracionista liberal y el sionismo no debe llevar a suponer que las confrontaciones quedaban acotadas a estos polos, pues el escenario era más complejo. El resto de los sectores sostenían entre sí agrios combates que excedían por mucho a la figura de Einstein, pero que encontraban en el físico un objeto especialmente significativo de disputa. Por caso, al igual que la constelación hebraica, la izquierda filocomunista de habla idish se hallaba igualmente interesada en minimizar la adhesión sionista de Einstein, tal como queda manifestado, por ejemplo, en un artículo como “Nuestra charla con Albert Einstein” (Di Prese, 27/3/1925). Asimimo, la presencia de Einstein despertó o actualizó diferencias entre la constelación hebraica y otros sectores, tales como el arco de periódicos e instituciones culturales de lengua idish y una fracción importante de la comunidad sefaradí, aunque frente a ellos la identificación de puntos de vista entre Einstein y el universo cultural de la Asociación Hebraica no corría igual riesgo que en la disputa con los sionistas. Frente a estos sectores se trataba ante todo de defender el papel desempeñado en la visita por la Asociación Hebraica y su pretensión de conquistar un lugar de centralidad en la comunidad judía. Mundo Israelita apelaba entonces, no a una discusión política e ideológica, sino a la descalificación cultural y social de esos grupos, para resaltar por contraste el carácter de élite de la constelación.
Luego de manifestar su irritación por el silencio de un diario idish acerca del rol de la Asociación Hebraica en la próxima llegada de Einstein y por la poca atención prestada a este acontecimiento, Mundo Israelita señalaba:
«Si en vez de la AH y en lugar del hombre más genial de nuestro tiempo, hubiese sido una biblioteca minúscula de Villa Crespo la invitante y el invitado fuera un oscuro garabateador de papeles polaco, ¡en qué forma no habrían ensalzado la iniciativa los intérpretes de la opinión pública israelita local!» (MI, 21/3/25).
El “verdadero origen de todos los conflictos que separan a la colectividad en dos grupos irreconciliables”, insistía el periódico algunas ediciones después, era de “mentalidades”, ya que “la mayoría, como ya dijimos, pertenece, por ahora, a los judíos orientales; el porvenir, en cambio, es de la nueva generación, que será occidentalista o no será nada” (MI, 11/4/1925). La preocupación de Mundo Israelita respecto del mundo sefaradí ocupaba menos lugar que el asignado al creciente y culturalmente más próximo mundo cultural idish. Pero en el primer caso, por contrapartida, el trato revelaba un mayor desdén.
Algunas consideraciones finales
El contraste entre el seguimiento que hicieron los principales periódicos y revistas argentinas del pasaje de Einstein por el país y el punto de vista de la comunidad judía, en especial de la fracción que promovió su visita, muestra hasta qué punto su presencia se refractó en función de sectores y grupos sociales diferenciados. Si el lugar otorgado al pensamiento político de Einstein en la prensa argentina fue reducido en comparación al espacio dedicado a las discusiones científicas y filosóficas sobre su teoría científica (de Asúa y de Mendoza, 2006) y a sus actividades diarias (Gangui y Ortiz, 2005), las publicaciones periódicas judías muestran exactamente la cara inversa. La ciencia quedaba en este caso relegada en favor de sus opiniones y acciones políticas en relación con lo judío.
Para la vertiente integracionista liberal, representada por la Asociación Hebraica y Mundo Israelita, Einstein sintetizaba el conjunto de sus aspiraciones: un judío universalista, cosmopolita, humanista, ilustrado, racionalista, integrado a Occidente a través de la lengua, interesado y sensible por su pueblo y que entendía al judaísmo no como religión sino como nación, como cultura. Su figura se anudaba así a la de otros nombres como Baruj Spinoza, Heinrich Heine y Stefan Zweig. Con Einstein, la constelación hebraica procuraba apuntalar ante la élite social y cultural argentina una representación del judío acorde a estos valores y conquistar un lugar de prestigio y reconocimiento en el seno de la vida judía de Buenos Aires. Sin el impulso dado por estos propósitos, pero tampoco sin el apoyo material de un grupo de ricos empresarios y comerciantes judíos y sin los contactos que las redes intelectuales que los unían con la Universidad, seguramente la visita no habría tenido lugar.
Con el ascenso del nazismo en Alemania y la irrupción del nacionalismo antisemita en la escena política argentina en la década de 1930, se precipitó un cambio en el sistema de referencias ideológicas y en la orientación de las principales instituciones judías argentinas que dejó un lugar cada vez más estrecho a la versión más optimista del integracionismo liberal. Frente a esta deriva, la visita de Einstein revela un tiempo de la vida judía en el país y, por lo tanto, de la vida argentina en general, en que el horizonte estaba abierto para la clase de aspiraciones políticas y culturales abrigadas por los activistas e intelectuales de la Asociación Hebraica.
Fuentes
Mundo Israelita
Verbum
Einstein, A. (1931), About Zionism. Speeches and letters, Nueva York, The Macmillan Company, pp. 38-40.
Bibliografía
De Asúa, M. y Hurtado de Mendoza, D. (2006), Imágenes de Einstein, Buenos Aires, Eudeba.
Gangui, A. y Ortiz, E. L. (2005) “Albert Einstein visita la Argentina”, Todo es Historia, n° 454, mayo de 2005, pp. 22-30.
Mendelsohn, E. (1993), On Modern Jewish Politics, Oxford, Oxford University Press.
Missner, M. (1985), “Why Einstein Became Famous in America”, Social Studies of Science, vol. 15, pp. 267-291.
Suárez, C. (2002), “De la Rusia Imperial a Carlos Casares”, La Voz y la Opinión, Buenos Aires, 23 de octubre de 2002.
Senkman, L. (2007), “Ser judío en Argentina: las transformaciones de la identidad nacional”, en Mendes-Flohr, P., Assis, Y. T. y Senkman, L. (comps.), Identidades judías, modernidad y globalización, Buenos Aires, Lilmod, pp. 403-454.
Tolmasquim, A. T. (2012), “Science and Ideology in Einstein’s Visit to South America in 1925”, en Christoph L., Renn, J. y Schemmel, M (eds.), Einstein and the Changing Worldviews of Physics¸ Nueva York, Birkhäuser, pp. 117-133.
*Este artículo es una versión abreviada de Alejandro Dujovne “Einstein y la comunidad judía argentina”, en Paula Bruno (Coord.) Visitas culturales en la Argentina, 1898-1936, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2014, extraido de la Revista Literaria DAVAR n° 129 /Junio, 2015 (SHA)
……………………………………………………………………………………………………………………………
Alejandro Dujovne es Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet. Es Director de la Maestría en Sociología y Análisis Cultural del IDAES-UNSAM. Entre otros trabajos, editó dos obras en colaboración referidas a la historia de la vida judía argentina y “Una historia del libro judío” (Ed. Siglo XXI), notable trabajo donde figura un capítulo dedicado a los libros editados por Hebraica.