Carta de Ricardo Jamui.
Ricardo integró el batallón de paracaidistas que liberaron Ierushalaim, y fue de las primeras personas en ver el Kotel, ya como territorio ieudí luego de 2000 años.
Israel, Nitzanim, 14 de Junio 1967.
Queridos padres y hermanos:
Quiso D”S que hoy pueda sentarme aquí en mi casa y les escriba esta carta, sano y salvo. Después de 2 días de haber finalizado la guerra contra 4 países árabes y en la cual triunfamos como no lo había hecho nadie hasta ahora.
Todo empezó con Siria. Se dedicaba a bombardear poblados Israelíes, sobre los cuales tenía la ventaja por estar sobre las montañas, en tanto que los perjudicados estaban en los valles y a orillas del Kineret.
En represalia Israel envió aviones y les destruyó sus trincheras. Israel tomó 6 de sus mejores aviones, que los enviaron a su defensa.
Eso ocurrió durante 3 meses y Siria se quejó ante Egipto de que no respetaban el mutuo acuerdo de ayuda militar en caso de ataque israelí.
Entonces Nasser, para no ser menos y ganarse el apoyo de todos los árabes, desalojó las tropas de las Naciones Unidas ubicadas en el Sinaí y cerró el paso de Tirán a todo barco israelí que quisiera llegar al puerto de Eilat.
Después de muchas conversaciones internacionales Israel vio que Nasser no estaba dispuesto a llegar a ningún acuerdo. Él amenazaba con empezar la guerra y ya había enviado cerca de 80.000 soldados al Sinaí, con tanques y todo tipo de armas, algo que estaba prohibido según el acuerdo del año 1956.
En cuestión de 3 semanas me vinieron a buscar a mí y a todos los paracaidistas del kibutz Nitzanim y a las 24 horas no se veía ni una persona que pudiera luchar en las calles del todo el país. Israel estaba dispuesto a luchar y defender sus derechos. Yo, hasta último momento estuve seguro y confiaba en que todo se arreglaría por medio de la palabra. No sé lo que motivó a Nasser a comenzar la Guerra, lo que en realidad resulté ser su paso en falso. Él debería haber sabido, que, a pesar de tener más fuerzas, más tanques y más aviones, le faltaba a su ejército la voluntad de ganar, le faltaban oficiales con cabeza y con garras, y es por eso que no podría ganarle la guerra a Israel.
En fin, el primer día me encontraba listo para saltar en El Arish, Egipto, y con órdenes de atacar varios campamentos y depósitos militares. A último momento nos comunicaron que había contraórdenes y nos detuvieron cuando ya estábamos a punto de embarcarnos a los aviones. Ocurrió que Jordania comenzó a bombardear a Jerusalem, y nosotros, los paracaidistas, teníamos que cargar con la responsabilidad de defender la ciudad. Era una misión pesada, ya que en 1948 fracasaron todos los intentos y otro fracaso hubiera sido terrible.
No había tiempo y esa misma noche deberíamos atacar sin tener instrucciones claras y órdenes adecuadas e indispensables antes de cualquier acción de esa envergadura. Así fue como luego de un ataque nocturno de nuestras fuerzas aéreas, nos tocó el turno a nosotros. Luego de cruzar la frontera, a las 02:20 de la noche, y después de 4 horas de lucha contra la Legión Jordana. La primera misión de nuestro regimiento estaba lograda y parte de la ciudad de Jerusalem Jordana estaba en nuestras manos. El alto precio pagado en la liberación de Jerusalem alcanzó a 180 caídos y muchos heridos. Los soldados de la Legión Jordana fueron los que mejor lucharon de todos los árabes y aguantaron hasta el último momento. Incluso después de tener Jerusalem en nuestras manos siempre había algún francotirador que desde alguna ventana se divertía disparando sobre nosotros mientras patrullábamos por las angostas calles. Para eso se necesitaba mucho coraje, sabiendo que tarde o temprano y a cualquier precio los alcanzaríamos.
Nadie soñó nunca que la ciudad antigua de Jerusalem, con la mezquita de Omar y el Kotel (el Muro de los Lamentos), serían liberados y quedarían en nuestras manos. Todo lo relatado hasta aquí ocurrió en los alrededores de la Antigua Ciudad de Jerusalem.
Al segundo día, mientras estábamos subiendo hacia el monte de los Olivos y Augusta Victoria para unirnos y liberar a los 120 Israelitas que ocupaban la Antigua Universidad Hebrea, recibimos órdenes de nuestro comandante mayor Mota Gur de marchar hacia la Antigua Jerusalem y hacia el Muro de los Lamentos. Es así que tuve el gran honor de estar entre los primeros paracaidistas israelíes que llegamos, vimos y tocamos el lugar más sagrado para el judaísmo. No puedo explicar la emoción que sentimos cuando bajamos las escaleras hacia el Muro. No había uno que no tuviera lágrimas en los ojos, incluso aquellos que no eran nada religiosos sabían que habíamos hecho historia y la emoción llegó al punto máximo cuando el principal rabino del ejército israelí, el Rav Shlomo Goren, llegó llorando con su Shofar y el sefer torah e hicimos tefilá después de 2000 años en los que al pueblo judío se lo habían negado. Esperábamos la llegada de ese momento.
A las pocas horas llegaron el primer ministro, el presidente y grandes rabinos y personalidades a ver lo que tan caro pagamos, pero que a cualquier precio era conveniente.
Luego, cuando fue comunicado por la radio, no hubo ojos en todo Israel que no estuvieran nublados por las lágrimas, la alegría, la emoción. Nos llevó mucho tiempo darnos cuenta de lo que habíamos conseguido.
El sábado, dos días después de la liberación, fuimos invitados por el el Gran Rabino a rezar frente al muro, pero la guerra continuaba y teníamos que seguirla en el frente Sirio, y no pudimos participar. El Muro está construido con enormes bloques de piedra y sobre él se construyó la muralla que rodea la mezquita de Omar, se ve claramente hasta donde llega. La mezquita de Omar es el segundo lugar más sagrado de los musulmanes. Tiene su cúpula de oro, que se ve desde todo Jerusalem y está construida con mármol (es algo extraordinario y majestuoso por su lujo). Estuvimos entre 3 y 4 días en Jerusalem y pudimos observar cómo vivía la población. Muchos escaparon del miedo y después de que todo terminó se veían caravanas de familias regresando a sus casas con sus paquetes y sus burros, y cada uno llevaba una bandera blanca en señal de paz y rendición. En realidad no hacía falta porque no se hacia ningún daño a los civiles y no se los molestaba. De todas maneras, teníamos que tener precauciones ya que había traidores y soldados disfrazados.
Les daré un ejemplo:
El primer día, en el cual cruzamos la frontera y entramos a la ciudad jordana y ocupamos después de la dura lucha unas casas, revisamos todas las habitaciones de los alrededores, juntando a la gente para poder vigilarla mejor: todos eran civiles. Al mismo tiempo estábamos devolviendo fuego a los que estaban disparando desde el barrio de enfrente a unos cuantos metros. En un momento escuchamos un ruido detrás nuestro, se abre una puerta y un árabe vestido de civil desliza una granada de mano cayendo entre el grupito que estábamos en esa terraza. Por suerte uno de los cinco solados que estábamos atrincherados se levantó y le pegó una patada que seguramente nos salvó la vida. Creo era Dani Halperin. Desde ese momento dejamos de confiar en cualquiera. Las casas eran amplias y bien construidas en forma de chalet. Contadas eran las que estaban amuebladas, en la mayoría todo lo que se veía eran colchones y alfombras donde dormir. Lo que sí no faltaba eran heladeras importadas de último modelo, y adentro, por lo general, naranjas y tomates. En Jordania no se producía nada: la carne era de Nigeria; la manteca, de Holanda. No tocábamos nada y teníamos cuidado para no dañar nada. Pero en algún almacén nos convertimos en grandes caballeros fumando habanos, convidando cajas de bombones, latas de leche condensada holandesa y quesos suizos.
Al tercer día entramos en el departamento principal de la policía jordana en la antigua ciudad, denominada” Kishle”. Todos los policías ya se habían escapado, incluso los presos. Quedó solamente un soldado que se rindió y lo tomamos como prisionero. Al llegar lo primero que hicimos fue buscar la cocina. La encontramos luego de tener que tirar abajo dos puertas. Había un fuertísimo, horrible e inaguantable olor a fritura. Lo único que encontré fue pan fresco y una heladera llena de Pepsi Cola. Se imaginan mi alegría después de 4 años de no verla. En la playa de estacionamiento tenían varios Jeep y otros vehículos, algunos nuevos. Fue así que me subí a un Opel modelo 67, flamante, y salí a la calle a pasear. Justo me vio el oficial y tuve que regresar a dárselo. Cada oficial se eligió un auto, para ir de un lado a otro, y no había ninguno que no fuera a estrenar. Parecía ser que los policías Jordanos preferían un auto nuevo a tener lo que comer. Aunque podría escribir varias páginas más, quiero dejar por ahora. Llevo tres días escribiendo y supongo que estarán esperando con ansiedad que aflore el presente.
Al regresar a Nitzanim la alegría era enorme porque estábamos vivos y sanos. Solo dos de mis vecinos vivían en la habitación de al lado: Nelson, argentino con barba, bajito y morochito se cayó en el frente Sirio y se clavó una estaca; el otro herido fue Ishayau, paracaidista que luchó en mi regimiento y recibió una bala que penetró por un costado y salió por el otro. Tuvo suerte de que solo le raspó el pulmón, pero le daño el hígado y el estómago. Estuvo muy pero muy grave y gracias a la dedicación y buen cuidado de los médicos del Hospital Hadasa de Jerusalem sigue internado y parece ser que ya salió del peligro. Ellos fueron los únicos heridos del Kibutz Nitzanim, y al día siguiente, al regresar, se organizó un encuentro para festejar nuestro regreso y el triunfo, y el evento se nombró «La Liberación de Jerusalem». Ahí nos tocó contar nuestras anécdotas y fue un momento muy alegre.
Esos días vino la prima de papá, Flora, con su hija Coca y su marido Reuben, además de sus hijos. Llegó a eso de las 15 horas y se quedaron hasta la noche. A mí me regaló un atado de cigarrillos y a Frida unos aros de María Antonieta muy lindos.
Por ahora no más, espero recibir pronto cartas de Uds, mis suegros ya están en Panamá.
Besos y abrazo para todos