Por Adriana Lerman
Mi familia y mi pueblo
4 de febrero de 1928
Szlama Lerman. Ese es mi nombre polaco, así figura en mi documento. Pero aquí en el shtetl, nuestro pequeño pueblo judío, todos me llaman por mi nombre en idish, Shlomo, o simplemente Shloime, como suelen decirme cariñosamente en mi familia. Como es tradición entre los judíos askenazíes, recibí el nombre de mi difunto abuelo paterno.
Nací el 21 de enero de 1908 en esta pequeña ciudad llamada Ozarow, en Polonia, situada a orillas del afluente izquierdo del río Wisla, a 60 kilómetros al este de Kielce. Mi nacimiento fue registrado en la sinagoga del pueblo, como es costumbre en la comunidad.
Mi padre es Nusym Lerman, un hombre extraordinario, culto y atento. Se casó con mi madre, Malka Klajman, una mujer dulce y afectuosa, en el año 1894, en segundas nupcias, tras siete años de haber enviudado de su primera esposa, Chaja Chinda Klajman, hermana de mi madre, quien falleció de neumonía unos meses después del casamiento.
El matrimonio de mis padres se produjo siguiendo la tradición judía religiosa que indica la obligación por parte del viudo de asegurarle descendencia a la familia de la difunta.
Yo soy el menor de cinco hermanos. El mayo es Yekhiel Majer, le decimos simplemente Chil Majer; y mis tres hermanas son Chaja Rywka, Ajdla y Bajla Gitla. Nosotros las llamamos por sus nombres en idish: Jaye Rywka, Aidel y Beile Guitl.
Somos una familia judía religiosa, como la gran mayoría en el pueblo, y cumplimos con los preceptos y las tradiciones judaicas con dedicación y entusiasmo. Solemos festejar con alegría las festividades cantando y rezando a viva voz. Además, como es habitual, todos los viernes al anochecer, cuando aparece en el cielo la primera estrella, celebramos el Shabat sentados alrededor de la gran mesa cargada de platos llenos de aroma y sabor. A mi padre le encanta ese día vestir una túnica festiva, un atuendo especial y distintivo que reserva para este sagrado día de reposo.
He tenido una infancia feliz en este pueblo, rodeado de mis queridos hermanos y de mis dedicados padres, jugando y correteando entre los bosques atravesados por algunos pantanos. Ahora en mi adultez, estos me resultan bastante difíciles de transitar, en especial en los días de lluvia, cuando las ruedas de las carretas empiezan a hundirse y los caballos relinchan ante el peligro de caerse.
Respecto a mi educación, cuando era niño, no era obligatorio cursar la escuela pública, por eso no aprendí el idioma polaco en la educación formal. Yo estudiaba en un jeder, una pequeña habitación que constituía nuestra escuela elemental, donde un melamed (maestro) dictaba las clases a un grupo de alumnos.
En el pueblo tenemos una hermosa sinagoga, pero también hay varias casas de oración llamadas shtiblaj o shtibl. Nosotros solemos ir a la sinagoga para los servicios de las fiestas, donde esperamos con ansias el discurso talmúdico siempre profundo y desgarrador del Rebe, nuestro guía espiritual. Pero, para rezar las oraciones de los viernes y sábados, frecuentamos el shtibl, que es un lugar más pequeño y familiar liderado por un jasid, un maestro humilde y piadoso.
15 de noviembre de 1931
Nuestro shtetl es uno de los muchos que existen en Polonia; un pequeño pueblo judío con una organización interna que refleja el nivel de cohesión de nuestra comunidad. Tenemos nuestros propios representantes que controlan las instituciones judías del pueblo y también disponemos de un sistema de organización política y económica regulado por nosotros mismos, que nos permite recaudar nuestros propios impuestos.
También contamos con entidades de asistencia social. De acuerdo a nuestra tradición de ayuda al prójimo, se fundaron sociedades judías de caridad para visitar enfermos, proporcionar alojamiento a los necesitados y hay una rama de la organización de asistencia Ezrá que ayuda a los pobres. Además las familias se apoyan entre sí, en lo que necesitan. Existe una tradición en todo shtetl, de invitar para Shabat a algún estudiante judío con menos recursos y ofrecerle la tradicional cena del día sagrado.
En definitiva, constituimos un pueblo judío con nuestras propias normas de convivencia, viviendo dentro de un pueblo mayoritario más grande, el polaco, con quien no tenemos relación. No nos mezclamos.
Nosotros tenemos nuestras costumbres y tradiciones, festejamos nuestras propias fiestas, diferentes de las polacas. Y descansamos el día sábado de nuestras tareas cotidianas, día en el cual los niños no asisten al colegio; a diferencia de los polacos que ese día trabajan y sus niños concurren a clase. También nuestra alimentación es diferente a la polaca; ya que nos regimos por nuestras propias normas alimenticias, el kashrut, que nos indica qué alimentos podemos comer y cómo prepararlos. Ni siquiera hablamos el mismo idioma. Desde antaño nos apegamos al ídish, como resultado del antisemitismo y la discriminación generalizada. La mayoría de las familias, muy religiosas, no tienen ningún interés en aprender el idioma polaco. Vivimos aquí, encerrados entre nosotros, sin contacto con el “mundo exterior”. Se creó prácticamente una valla entre dos comunidades.
En cuanto a mi ideología, de joven comencé a militar en los movimientos sionistas. En el shtetl existen varias organizaciones sionistas integradas por jóvenes judíos con ideales: Mizrahi, Hitajdut, Eit Livnot, Poalei Tzion, Agudath Israel y Sionistas Generales. También hay una pequeña rama del bund, un partido antisionista, e incluso hay varios judíos con ideas comunistas.
Yo participo en la agrupación sionista radical Al Hamiszmar, de la cual soy actualmente uno de sus dirigentes. Tengo un enorme grupo de amigos. Seguimos los ideales de Theodor Herzl, acerca de la necesidad de tener un Estado judío independiente y soberano. Nuestro concepto es contundente, queremos la unidad del pueblo judío en nuestra patria histórica, por eso deseamos retornar a nuestra tierra ancestral en Tzión, nuestra tierra prometida.
La sede de la agrupación sionista se encuentra en mi propia casa, en el número 1 de la calle Niska, por eso la correspondencia llega siempre a mi domicilio. Como mis hermanos ya se casaron y se mudaron, hay espacio suficiente para reunirnos y desarrollar nuestras actividades.
También contribuimos con el Keren Kayemet Le Israel.
En las agrupaciones sionistas realizamos actividades culturales, organizamos eventos y también desarrollamos actividad política. Incluso tenemos representación en el Consejo Municipal para tratar diversos temas de índole social. También contamos con representantes en los Congresos Sionistas de la ciudad. Actualmente todos los partidos políticos judíos, socialistas, sionistas de izquierda y de derecha están representados en el Sejm (el parlamento polaco) y en las asambleas regionales.
Me gusta involucrarme en todos los aspectos de la vida judía, tanto en lo social como en lo político. Por eso hace poco participé como auditor electoral, representando una lista de candidatos a diputados al parlamento polaco, llamada “Bloque para la Defensa de los Derechos de la Nacionalidad Judía en Polonia”, en el distrito electoral número 23, comisión número 46 en Ozarow.
En cuanto a mi trabajo, soy comerciante de feria, en el rubro indumentaria. Los judíos vivimos exclusivamente del comercio minorista y de las artesanías. Como sucede desde antaño, no nos otorgan licencia para poseer tierras. Por eso no trabajamos en tareas agrícolas. Compramos la materia prima, frutas y verduras a los campesinos de la zona y, a cambio, les vendemos los productos manufacturados.
En esta ciudad, como en el resto de los pueblos judíos, hay una plaza Rynek, la plaza del mercado, donde se llevan a cabo las ferias, pero a menudo también me suelo trasladar en carreta hacia los pueblos vecinos para vender también allí, y así poder llevar algunos zlotys más a mi hogar.
El dinero en casa no es suficiente, tengo que esforzarme para ayudar. Mi padre es un melamed, un maestro sabio, que enseña a un grupo de alumnos, y recibe a cambio algo de dinero, pero muchas veces no les cobra a las familias pobres, por lo cual a veces se hace difícil cubrir los gastos.
Algunas familias en el pueblo tienen más recursos, y poseen pequeños talleres donde trabaja todo el grupo familiar, integrando pequeñas empresas en las áreas de indumentaria, alimentos y cueros. Otras se dedican a las canteras, hornos de cal, molinos de granos y a fabricar ladrillos y azulejos. Sin embargo, la gran mayoría de las familias, como la mía, tenemos menos recursos y dificultades para ganarnos la vida; por eso algunas, de a poco se están trasladando a otros pueblos en busca de mejores oportunidades.
14 de febrero 1933
Me he enterado de un hecho escalofriante, hace dos semanas, el 30 de enero, Adolf Hitler fue nombrado canciller en Alemania. Se trata del líder del Partido Nazi (Partido Nacionalista Obrero Alemán), que tiene ideas antisemitas y una visión racista del mundo. Estoy intranquilo porque está difundiendo abiertamente ideologías fundadas en el odio y la discriminación.
30 de marzo de 1933
Me siento consternado. Ya se empieza a sentir el discurso racista de Hitler. Se la pasa culpando a los judíos de todos los males de Alemania. Por si fuera poco, gracias a la ley habilitante del 24 de marzo, logró prescribir a todos los partidos políticos, excepto el suyo: el Partido nazi y tiene el camino libre para decretar todo tipo de leyes sin una votación en el parlamento. ¡Es extremadamente peligroso!
Desde que falleció mi padre me siento a la deriva. Me está costando mantener la casa. Tuve que vender algunos muebles para tener suficiente dinero para vivir.
5 de abril de 1933
Otra vez llegan noticias preocupantes y atemorizantes desde Alemania a través de la correspondencia de familiares de algunos amigos que viven en shtetls en el interior de ese país. Cuentan que el Ministerio del Reich para Ilustración Pública y Propaganda, a cargo de Joseph Goebbels, difunde un mensaje antisemita y elimina la libertad de prensa.
Detallan en las cartas que están exhibiendo imágenes caricaturescas del judío. Nos caracterizan como seres vagabundos, avaros y miserables, a través de distintos medios de comunicación: afiches en las calles, el arte, la música, el teatro, la cinematografía, incluso en materiales educativos y en los medios de difusión, como la radio, diarios y revistas.
La propagación de estas imágenes no hace más que fomentar el odio e influenciar a la población civil a simpatizar con esta ideología discriminatoria, que de por sí no les resulta ajena, ¡la población europea ya está familiarizada con estos estereotipos! Desde tiempos inmemoriales hemos sido acusados falsamente de propagar plagas, de ser portadores de enfermedades y de envenenar pozos de agua. Siento que la historia se está repitiendo, y estas inculpaciones y falacias pueden volver a golpearnos y a causarnos persecuciones, pogromos y amenazas de muerta.
Como somos un pueblo sin tierra propia, sin un Estado ni un ejército, nos convertimos en la presa ideal para volcar todo tipo de resentimientos. Nos encontramos indefensos y desprotegidos. Esto me inquieta y perturba. Algo muy feo se está gestando, no sé bien qué es, pero no me agrada en absoluto.
Extraído de: El dolor de estar vivo: una historia real de coraje en tiempos del nazismo / Adriana Lerman. Buenos Aires: El Ateneo, 2022.
Adriana Lerman es farmacéutica (UBA). Su determinación y tenacidad por conocer sus raíces la llevaron a recorrer senderos impensados; desarrollar una investigación histórica, vincularse con personas que comparten su pasado, descifrar escritos en idish, para finalmente incursionar en el mundo de la escritura con esta conmovedora historia de rsiliencia y coraje: la historia de su abuelo.